Noticias de Yucatán
APAN, Hgo. (Proceso).- La
hacienda San Francisco Ocotepec, catalogada como monumento histórico nacional y
lugar donde vivió la heroína de la Independencia Leona Vicario, actualmente es
objeto de una fuerte disputa legal que incluso pone en peligro el acervo
artístico que ahí logró acumula Cuenta el hacendado que, aprovechándose
de sus 89 años y de su precaria salud, seis de sus hijos intentan despojarlo de
su propiedad mediante una “escritura de donación” que él jamás les firmó, por
lo que ahora emprende acciones penales contra ellos.
“Mis hijos no esperaron a que
me muriera. Hicieron una maquinación para poner la hacienda a su nombre”, se
lamenta Uribe Ahuja, sentado en su silla de ruedas, en una amplia terraza que
mira a un jardín arbolado de su propiedad.
Agrega:
“Con esa escritura simularon
ser los dueños de todo esto. Cometieron un fraude.”
Por “mera casualidad”,
comenta, se dio cuenta de esta maquinación: realizaba trámites en la Comisión
Nacional del Agua para obtener la concesión de un pozo cuando descubrió que
seis de sus ocho hijos falsificaron esa escritura de donación, el 26 de octubre
de 2016, ante el notario público número 4, de Apan, Alejandro Martínez
Blanquel.
En ese falso documento –número
77,694– se estipula que él presuntamente les donó la hacienda a sus hijos
Jorge, Julio, Arturo, Alejandro, Patricio y Guadalupe (Mily) Uribe Barroso. El
31 de marzo pasado, los seis inscribieron la escritura de donación en el
Registro Público de la Propiedad de Apan.
Sin embargo, señala, la
escritura tiene muchas irregularidades: no trae, por ejemplo, ni la firma ni el
sello de autorización del notario. Y además carece de identificación de las
partes, con lo cual se viola la Ley del Notariado.
Don Saúl recalca que él jamás
ha estado en la oficina del notario Martínez Blanquel ni ha firmado
absolutamente nada. Por lo tanto, insiste, “no puede existir donación sin
donante”.
La
intervención del gobernador
El gobernador de Hidalgo, Omar
Fayad, fue informado de estos hechos por el hacendado, por lo que, en mayo
pasado, ordenó la revocación de la patente del notario Martínez Blanquel, quien
actualmente anda desaparecido.
Mientras tanto, don Saúl Uribe
ha emprendido acciones por la vía civil; demandó en los tribunales la
inexistencia de esa donación, para así poder recuperar legalmente su hacienda.
Pero también por la vía penal,
mediante la cual ya se abrió una carpeta de investigación contra sus seis
hijos, por fraude en pandilla, usurpación de personalidad, fraude por
simulación de contrato de donación.
Con voz débil, debido a una
reciente operación de la carótida y a dos embolias, el hacendado susurra:
“Mis hijos saben que existen
estas dos demandas y que se puede librar orden de aprehensión contra ellos.
Pero ninguno lo entiende… Cometieron un fraude.”
–¿Por qué un fraude?
–Porque realizaron una
maquinación fraudulenta para obtener un lucro indebido.
–Y sobre el patrimonio
arquitectónico, histórico y artístico que usted aquí logró preservar, ¿qué
espera para el futuro?
–Dejo una finca histórica y
bella. Espero que la sepan mantener. Pero sé que también voy a dejar conflictos
donde se combinan la mala fe, la ambición, la falta de escrúpulos y el odio
personal entre hermanos…
Con una espléndida vista del
Popocatépetl y el Iztaccíhuatl, la hacienda San Francisco Ocotepec se yergue
con sus largos muros almenados en medio de las llanuras de Apan. Fue construida
en el siglo XVII y durante muchos años se dedicó a extraer el pulque de los
magueyales que tapizaban esta región, considerada como la cuna de la charrería.
Después de la Guerra de
Independencia, el nuevo gobierno le incautó la hacienda a la familia Durán de
la Huerta, para dársela en propiedad, en 1823, a doña Leona Vicario, como pago
por sus servicios a la causa independentista. Y al morir Leona Vicario, en
1843, la propiedad pasó a manos de su esposo, don Andrés Quintana Roo.
Tuvo después la finca otros
propietarios. Don Saúl la heredó de su padre en 1950. Y desde entonces –a lo
largo de 67 años– se dedicó no sólo a conservarla, sino también a hacerle
mejoras.
Con 40 mil metros cuadrados de
construcción y 163 hectáreas de terreno –en las que se siembra principalmente
cebada–, la propiedad cuenta con amplios corredores de arcadas, capilla,
alcobas de altos techos artesonados, biblioteca, patios embaldosados, alberca
techada, salones con murales de escenas campestres, lienzo charro, pista para
carreras de caballos y jardines relumbrantes de verdor donde deambulan parvadas
de gansos.
La
versión de Ortega Lazcano
Aquí y allá aparece estampado
el blasón de su actual propietario: lo conforman una “S” y una “U” engarzadas,
las iniciales de don Saúl Uribe, quien tiene decenas de empleados para darle
mantenimiento al inmueble.
El historiador de la finca,
Jesús Ortega Lazcano, relata mientras muestra las estancias:
“Doña Leona Vicario venía de
la Ciudad de México a pasar temporadas en su hacienda. Al parecer era muy
querida por la gente, pues seguido figura como ‘madrina’ en las viejas actas de
bautizo. Aquí todavía se conservan sus muebles y objetos personales.”
Señala el patio empedrado de
la entrada y dice:
“Ella mandó construir este
patio. Lo mismo el portón principal de la hacienda y las casas para los
trabajadores.”
Luego apunta hacia un alto
relieve de un ángel esculpido en piedra:
“Es el arcángel San Rafael.
Leona Vicario lo colocó en este muro”, dice.
Al entrar a la tienda de raya
conservada intacta, señala los macizos escritorios de madera y explica: “Son
los que usaba doña Leona”.
En una recámara, colocado
sobre un tocador, luce el juego de tres piezas de un fino aguamanil blanco: “Es
de porcelana italiana. Leona Vicario lo utilizaba para su aseo personal”,
comenta. Y después muestra la cama francesa de madera, con columnas talladas en
sus cuatro esquinas, donde dormía la heroína.
Un retrato al óleo de Vicario,
y otro de su esposo Andrés Quintana Roo, presiden uno de los salones de la
hacienda.
Ortega Lazcano, especialista
en historia del arte y quien pronto publicará su libro Hacienda San Francisco
Ocotepec, comenta sobre el actual hacendado:
“Don Saúl es una persona muy
culta, un erudito que comparte esa idea de que los objetos son testigos mudos
del pasado. Incluso de las demoliciones ha logrado rescatar verdaderas piezas
artísticas, conservadas hoy en esta hacienda. Son bellezas olvidadas por un
modernismo efímero.”
–¿Podría considerársele como
un coleccionista?
–Más que coleccionista, yo lo
veo como un visionario en la conservación del patrimonio nacional. Por ejemplo,
él batalló muchísimo para que el Acueducto de Tembleque, situado aquí cerca,
tuviera el nombramiento de patrimonio cultural de la humanidad.
“Pero además ha ayudado mucho
a la gente de la región, con escuelas, hospitales y otras obras comunitarias.
Se preocupa mucho por la gente, con quien puede compartir un plato de frijoles.
Es como el gran señor de Ocotepec.”
Don Saúl ha logrado juntar en
su hacienda óleos, esculturas, muebles, candelabros y otra gran cantidad de
objetos antiguos, como si se tratara de un museo.
Actualmente remodela la
capilla, dedicada a San Francisco de Asís, el santo que le da nombre a la
hacienda. Conserva la capilla su dorado retablo barroco del siglo XVIII, con la
escultura de San Francisco elaborada en caña de maíz. Vírgenes, crucifijos y
otras piezas de arte sacro adornan el antiguo recinto abovedado, que cuenta
incluso con su sacristía.
No sólo hay valiosas piezas
novohispanas en los rincones de la hacienda. Uno de sus baños recubiertos de
mármol, por ejemplo, tiene un lujoso lavabo art nouveau que perteneció a José
Yves Limantour, el ministro de Hacienda de Porfirio Díaz.
Un
remanso cultural
Lector voraz, don Saúl Uribe
logró juntar 50 mil libros en la biblioteca de su hacienda, conformada por seis
salas con libreros hechos en madera de sabino. Su bibliotecario, Leopoldo
Laurido, comenta sobre ese acervo:
“Aunque también hay mapas
antiguos y revistas, la mayor parte son libros que don Saúl fue adquiriendo a
lo largo de su vida.”
–¿Hay joyas bibliográficas?
–Hay volúmenes muy valiosos,
como las obras del erudito Benito Jerónimo de Feijoo, empastadas con pergamino,
o la edición antigua de los 30 tomos del Código Napoleónico. Y respecto a
literatura y poesía, hay primeras ediciones de libros de Alejandro Dumas,
Antoine de Saint-Exupéry, Rubén Darío o Pablo Neruda, por citar algunos.
Cada sala de la biblioteca –de
casi cinco metros de altura, a la que llegan las estanterías– alberga volúmenes
sobre temas específicos catalogados minuciosamente: filosofía, literatura,
historia, religión, ciencias naturales, ciencias sociales… y tiene incluso una
“pared de los diccionarios”.
Mientras revisa una pila de
volúmenes colocados sobre una mesa, el bibliotecario refiere:
“Don Saúl ya donó miles de sus
libros a la Universidad Autónoma de Hidalgo. Allá se les dará buen tratamiento
y podrán ser aprovechados por los profesores y los estudiantes… Serán de mucha
utilidad.”
–¿Tendrá la universidad algún
área especial para colocar los libros?
–Sí. Construirá una réplica de
uno de los salones de esta biblioteca. Allá le llamarán “Sala Saúl Uribe”. La
comunidad universitaria de Hidalgo le tiene mucho aprecio a don Saúl, por ser
un jurista destacado y luchar por conservar el patrimonio cultural del estado.
Una de sus recientes luchas
fue por el Acueducto Tembleque, de 48 kilómetros de longitud y construido en el
siglo XVI. Junto con un grupo de personas, el abogado Uribe logró que la
Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura
(UNESCO) lo declarara “patrimonio mundial” en 2015. Sus gestiones fueron
documentadas en este semanario por la reportera Judith Amador (Proceso 2016 y
2026).
Ahora, en silla de ruedas, don
Saúl lucha contra seis de sus hijos para defender la hacienda San Francisco
Ocotepec, catalogada por el INAH como monumento histórico nacional.
La prensa hidalguense ya da
cuenta del pleito legal entre los miembros de la pudiente familia, de sus
desatadas ambiciones por apoderarse de la hacienda y sus tesoros artísticos que
son de interés público.
La revista El reportero –en su
edición de la primera quincena de noviembre– relata que el pasado 16 de
septiembre Arturo y Patricio Uribe Barroso –dos de los hijos de don Saúl–
llegaron armados a la hacienda y “sacaron a punta de pistola” a la patrulla que
cuidaba la seguridad de su padre. Luego “cerraron las puertas y prohibieron la
entrada o salida de cualquier persona”. Ese día tuvieron secuestrado a su padre
inválido y a sus empleados.
Los guardias policiacos
continúan resguardando al hacendado, apostados en su patrulla a la entrada de
la finca. Tampoco se despega de don Saúl su hija Lourdes y su enfermero,
cuidándolo de cualquier otro acto violento que puedan emprender los seis hijos
ambiciosos.
“Legalmente, ellos en este
momento son los dueños de la hacienda”, se lamenta Lourdes.
Don Saúl, por su lado,
reconoce que le llevará tiempo recuperar formalmente su propiedad:
“Un juez civil debe declarar
inexistente la escritura que ellos hicieron. Será un proceso largo y
complicado… y con un futuro incierto.”
El hacendado se acomoda con
dificultad en su silla de ruedas, guarda silencio y observa el amplio jardín de
la terraza, luego murmura con voz cansada:
“El amor entre hermanos sube y
baja, tiene muchos altibajos… Pero el amor al patrimonio siempre permanece.”.