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En primavera, la hierba verde del parque se cubre de dientes de león. Con su cintura delgada, sus hojas largas y su cabello flotante en el aire como el aliento del sol de primavera, la mamá diente de león se apega bondadosamente a la madre tierra y da gracias por el alimento que le provee. Después de la lluvia, la madre diente de león peina a sus niños para que se presenten con un cuerpo puro y agradezcan por la ducha nutritiva.
El diente de león es tan antiguo que es quizás una de las primeras vidas que fue creada para acompañar el nacimiento de la raza humana.
En su pausado crecimiento, trae muchos nutrientes y también sorpresas para la gente con su belleza natural y armoniosa. Los niños, al jugar en el pasto entre los dientes de león, a veces los pisotean. En esos momentos, soportando el dolor, el diente de león siempre se ríe y dice: “No importa, no lo hiciste a propósito. Este pequeño dolor no es nada. Estoy feliz de verte jugar con alegría’.
Las mujeres enfermas buscan dientes de león tiernos para tratar su enfermedad. Entonces, la madre diente de león les dice a los suyos: “Chicos, hemos sido elegidos por Dios para ser medicina, para curar el dolor y la enfermedad de los humanos. Debemos soportar el dolor y la tristeza de ser arrancados y separados, pero cuando observamos que la gente puede recuperar su salud, ese es nuestro honor. Hemos nacido con la obligación y responsabilidad de ayudar a los humanos. De lo contrario, no existiríamos en este mundo”.
La diosa de las miríadas de flores oyó una vez estas palabras de la madre diente de león, y en reconocimiento a su bondad, posó unas nobles flores de color amarillo oro sobre su cabeza. Entonces dijo: “Espera hasta que la miríada de las flores despierten; ellas recordarán tu nobleza y tus acciones, y verán cómo vuelas hacia el Cielo”. Los dientes de león entonces se esforzaron aun más para ser bondadosos con más personas que necesitasen ayuda, sin preocuparse por la ganancia y la pérdida durante el proceso, sonriendo siempre con tranquilidad.
Un día, un niño travieso arrancó con sus dos manos la cabeza de la madre diente de león con las flores de la gloria que la diosa de las flores le había otorgado. Los pequeños dientes de león, que siempre eran cordiales, se enojaron y gritaron: “¡No toques a nuestra madre?”.
Pero la madre diente de león, dispersada en el aire, sonreía tranquilamente: “Mis h¡jos, no culpen al niño travieso. Es más, deben agradecerle. Sin él, no sería tan libre como lo soy ahora, volando libremente. Hijos míos, deben valorar a cada persona que encuentren y siempre, siempre ayudarla; es nuestra responsabilidad inherente. También Dios nos escogió, es la gloria que nos da Dios, ¡la gloria divina?’
Al concluir estas palabras, la madre diente de león se manifestó en miles de semillas nobles y buenas, volando hacia el cielo y dejando su bondad a todo el mundo con el caer de sus semillas. Todas las vidas observaron esta escena maravillosa y también desearon volar. Desde entonces, la gloria divina que obtuvo la madre diente de león permaneció para siempre en esas elegantes flores amarillas, que hasta hoy se encargan de esparcirla por el mundo con sus semillas
En primavera, la hierba verde del parque se cubre de dientes de león. Con su cintura delgada, sus hojas largas y su cabello flotante en el aire como el aliento del sol de primavera, la mamá diente de león se apega bondadosamente a la madre tierra y da gracias por el alimento que le provee. Después de la lluvia, la madre diente de león peina a sus niños para que se presenten con un cuerpo puro y agradezcan por la ducha nutritiva.
El diente de león es tan antiguo que es quizás una de las primeras vidas que fue creada para acompañar el nacimiento de la raza humana.
En su pausado crecimiento, trae muchos nutrientes y también sorpresas para la gente con su belleza natural y armoniosa. Los niños, al jugar en el pasto entre los dientes de león, a veces los pisotean. En esos momentos, soportando el dolor, el diente de león siempre se ríe y dice: “No importa, no lo hiciste a propósito. Este pequeño dolor no es nada. Estoy feliz de verte jugar con alegría’.
Las mujeres enfermas buscan dientes de león tiernos para tratar su enfermedad. Entonces, la madre diente de león les dice a los suyos: “Chicos, hemos sido elegidos por Dios para ser medicina, para curar el dolor y la enfermedad de los humanos. Debemos soportar el dolor y la tristeza de ser arrancados y separados, pero cuando observamos que la gente puede recuperar su salud, ese es nuestro honor. Hemos nacido con la obligación y responsabilidad de ayudar a los humanos. De lo contrario, no existiríamos en este mundo”.
La diosa de las miríadas de flores oyó una vez estas palabras de la madre diente de león, y en reconocimiento a su bondad, posó unas nobles flores de color amarillo oro sobre su cabeza. Entonces dijo: “Espera hasta que la miríada de las flores despierten; ellas recordarán tu nobleza y tus acciones, y verán cómo vuelas hacia el Cielo”. Los dientes de león entonces se esforzaron aun más para ser bondadosos con más personas que necesitasen ayuda, sin preocuparse por la ganancia y la pérdida durante el proceso, sonriendo siempre con tranquilidad.
Un día, un niño travieso arrancó con sus dos manos la cabeza de la madre diente de león con las flores de la gloria que la diosa de las flores le había otorgado. Los pequeños dientes de león, que siempre eran cordiales, se enojaron y gritaron: “¡No toques a nuestra madre?”.
Pero la madre diente de león, dispersada en el aire, sonreía tranquilamente: “Mis h¡jos, no culpen al niño travieso. Es más, deben agradecerle. Sin él, no sería tan libre como lo soy ahora, volando libremente. Hijos míos, deben valorar a cada persona que encuentren y siempre, siempre ayudarla; es nuestra responsabilidad inherente. También Dios nos escogió, es la gloria que nos da Dios, ¡la gloria divina?’
Al concluir estas palabras, la madre diente de león se manifestó en miles de semillas nobles y buenas, volando hacia el cielo y dejando su bondad a todo el mundo con el caer de sus semillas. Todas las vidas observaron esta escena maravillosa y también desearon volar. Desde entonces, la gloria divina que obtuvo la madre diente de león permaneció para siempre en esas elegantes flores amarillas, que hasta hoy se encargan de esparcirla por el mundo con sus semillas