"He vencido al cáncer. Señores, gané": el testimonio inspirador de una chica que superó el linfoma de Hodgkin

28 agosto 2018
Noticias de Yucatán. Noticias de Hoy
La vida de Paola Boscán cambió un día cualquiera de noviembre de 2017 acompañada de un bulto pequeño en su clavícula derecha. Estaba en Santiago de Chile, a 4.900 kilómetros de su casa en Maracaibo, de la que tuvo que partir hace dieciséis meses para dejar atrás la crisis económica en Venezuela.

A Paola no le preocupó en exceso la malformación que le apareció en la parte baja del cuello. Los trámites para beneficiarse de la salud chilena, una de las más caras del planeta, le hicieron desestimar una exploración médica exhaustiva. Además, no tenía previsión médica. "Para mí era una pelotita insignificante", relató Paola a Infobae por llamada telefónica.
Así lucía el pequeño bulto de Paola (Gentileza Paola Boscán)
El día en el que Paola celebró su veintitrés cumpleaños, aquel bulto sin importancia empezó a ser molesto y terminó por acalambrarle el brazo. La magnitud del dolor le convenció para visitar a Sergio Trujillo Vivar, doctor especializado en medicina interna, en la clínica Santa María. "Cumple con las características de un linfoma", le informó en su oficina.

La respuesta que recibió el doctor Trujilo fue contundente: "¿Estás loco? No puedo tener cáncer", le espetó Paola.

El anuncio del doctor confirmó el presagio
Tres días después, el informe del oncólogo no ofreció dudas: padecía de un linfoma de Hodgkin de fase II, es decir, un tumor de cinco centímetros en el cuello y otro de uno en el tórax. Aquel fin de semana, Paola visitó el restaurante de un conocido suyo atacada por la incertidumbre. Se refugió en sus amigos, y a la primera ronda de pisco, le siguió una segunda, otra de ron…

"Sinceramente, me emborraché como nunca en la vida", confesó Paola, convencida de que su vida no tiene nada de extraordinario.

Al día siguiente despertó queriendo estar sola. Se desperezó en su habitación, abrió la nevera y se preparó dos huevos revueltos en la sartén y una rebanada de pan tostado con mantequilla. "Nunca nada me supo tan bien. Fue delicioso. Me desperté amando la vidaal día siguiente del diagnóstico", recordó Paola.

Joven, lejos de casa y sin músculo financiero para afrontar una operación de ese calibre, Paola telefoneó a su madre, afincada en Estados Unidos. Necesitaba pedirle 2.000 dólares. "Es muy posible que tenga cáncer, mamá", le avisó su hija, "pero necesito hacerme las pruebas para confirmarlo". Kelly no le creyó. Pensó que querría el dinero para irse de crucero, salir de fiesta o malgastarlo. Terminó aceptando la petición de Paola, pero no quiso creer que estuviera enferma realmente.

No lo asimiló hasta que vio a su hija sentada en el hospital dispuesta a recibir su primera sesión de quimioterapia. Llevaban cuatro años sin verse. Aquel primer tratamiento destrozó la boca y la nariz de Paola. La pérdida de sensibilidad en las papilas gustativas vino de la mano de unas náuseas insoportables y un agotamiento que le duraba tres días.
Cambió su cabellera larga por una media melena el día en el que comenzó a amanecer con la almohada desbordada de su pelo castaño. "No me quedé calva, pero me lo corté por la nuca para que no pesara tanto y poder mantenerlo lo máximo posible. Me peino para que nadie se de cuenta", admitió.
Paola dejó de disfrutar la comida. El tratamiento le prohibía comer frutas sin cortezas gruesas, lechugas y alimentos que no estuvieron cocidos. Adiós al ceviche y al sushi. Probaba pollo y le sabía a cartón. Masticaba con una sensación metálica acompañada de cada mordisco.

"Pensaba que era yo quien tenía mal aliento, me cepillaba los dientes continuamente", recordó.

Temblores en plena biopsia de médula
Uno de los peores momentos que recuerda le lleva de vuelta a la camilla del quirófano de la clínica Santa María. Paola estaba tumbada bocabajo, con la espalda descubierta preparada para la biopsia de médula. Estaba despierta, le aplicaron anestesia local en la zona afectada y era plenamente consciente de que le estaban atravesando con una aguja. Durante ese proceso, el doctor se detuvo, las herramientas comenzaron a agitarse y Paola vivió en directo un temblor que se sintió en diversas regiones de la capital chilena. "¿Quién me mandó a mí estar en Chile en ese momento?", chilló Paola rememorando el que describe como "el peor día de su vida". Los médicos tuvieron que suministrarle un ansiolítico debajo de la lengua para tranquilizarle. "No podía calmarme", reconoció.

A pesar de que las sesiones de quimioterapia se hicieron más llevaderas con el paso del tiempo, Paola creyó que iba a morir en varias ocasiones. Incluso llegó a tener actitudes negativas. Sus amigos le preguntaban por planes para hacer durante las navidades, pero ella les trasladaba otro pensamiento: "Ni siquiera sé si llegaré viva".
El apoyo de sus amigos, que la acompañaban posteando en redes sociales fotos con ella en los lunes de quimioterapia, fue vital para el estado anímico de Paola. Cuando le venían "pensamientos oscuros" o cuando pensó en alejarse, se encargaron de que reaccionara. Le organizaron parrilladas, le llevaron a ver el mar en Valparaíso y brindaron mientras ella saboreaba cervezas sin alcohol. Rubias, negras, rojas, tostadas… Paola confeccionó una lista con los distintos sabores que probó. Pese a que nunca fue una adicción y no tuvo relación directa con la enfermedad, dejó la cajetilla de Lucky Strike a un lado y dejó de transitar zonas de fumadores. El resto de sus actividades cotidianas no cambiaron. Salió, bailó, rió. Dos tumores no detuvieron a Paola.
"A mí me funciono el hacer mi vida justo como la hacía antes", contó. "La gente agachaba la cabeza y decía que 'pobrecita'. De pobrecita nada, si me muero voy a ser una persona más y no un vegetal", se reivindicó. 
Fuente Infobae
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