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Como una maldición, chorros tóxicos provenientes de los fallidos biodigestores de las granjas Kekén bañan una extensión de 80 hectáreas de tierras en Kinchil.
Todo aquello que es tocado por esa agua que debería ser cristalina, irremediablemente muere. El baño es incesante y la muerte también en esas 80 hectáreas, equivalente a 113 manzanas en una ciudad.
Como una bestia mitológica, los aspersores de Grupo Porcícola Mexicano vomitan un líquido pestilente que contamina el frágil entorno donde operan cuatro granjas productoras de destetes.
La ciudad porcina tiene una extensión de tres mil hectáreas y es en realidad una maternal donde a diario nacen miles de cerditos.
A decir de vecinos de Kinchil que han trabajado ahí, a diario salen mil 500 destetes de cada granja, para hacer un total de seis mil por jornada.
La ciudad porcina tiene el triple de habitantes que la población de Kinchil, calculada de acuerdo con el último conteo en siete mil 500 personas.
Aunque Kekén alega que el pantano de aguas negras no le corresponde, vecinos de la comunidad aseguran que pueden desmentirlo con videos y fotografías.
“Todo lo que hemos ilustrado con videos y fotografías es de Kekén”, expone el alcalde de Kinchil, Valentín Pech Dzib. “Ahí no hay otra industria más que ellos, lo demás son apiarios y ganado”.
“Ahí en tierra de nadie solo ellos están”, insiste el edil panista, quien ha asumido la defensa de su municipio de lo que considera un atentado ambiental.
“Están viendo como tapar sus ecocidios”, contesta tranquilo en respuesta al dicho de Kekén de que procedería legalmente por la destrucción de sus instalaciones y equipos.
“Ellos tienen cámaras en sus entradas, tendrán que demostrarlo, además de que la parte de enfrente está en litigio y tienen varias demandas agrarias en su contra”, concluye el alcalde. Yucatán Ahora