El Papa fustigó hoy la “ilusión” de pretender construir muros para “sentirse seguros” y llamó a “jamás olvidar” a los migrantes muertos en busca de una vida mejor, poco antes de lanzar una corona de laurel al Mar Egeo en honor a los fallecidos mientras buscaban un futuro mejor.
En el puerto de esta ciudad, capital de la isla griega de Lesbos, Francisco pronunció una oración en la cual aseguró que aunque las tumbas de los migrantes no tienen nombre, Dios conoce y ama con predilección a cada uno de ellos.
En un discurso previo animó a trabajar por una humanidad que quiera construir puentes y rechace la “ilusión de levantar muros” con el fin de “sentirse más seguros”, porque las “barreras crean división”, en lugar de ayudar al verdadero progreso de los pueblos, y las divisiones, antes o después, provocan enfrentamientos.
Precisó que para ser realmente solidarios con quien se ve obligado a huir de su propia tierra, hay que esforzarse en eliminar las causas de esa dramática realidad: no basta con limitarse a salir al paso de la emergencia del momento, sino que hay que desarrollar políticas de gran alcance, no unilaterales.
“Que jamás los olvidemos,?sino que honremos su sacrificio con obras más que con palabras. (.)Padre despiértanos del sopor de la indiferencia,?abre nuestros ojos a sus sufrimientos?y líbranos de la insensibilidad, fruto del bienestar mundano y del encerrarnos en nosotros mismos.”, señaló, hablando en italiano.
“Ilumina a todos, a las naciones, comunidades y a cada uno de nosotros, para que reconozcamos como nuestros hermanos y hermanas?a quienes llegan a nuestras costas.?Ayúdanos a compartir con ellos las bendiciones que hemos recibido de tus manos”, agregó.
Tras la oración del Papa, también elevaron sus rezos los líderes ortodoxos Hieronymos, arzobispo de Atenas y toda Grecia, y Bartolomé I, patriarca de Constantinopla. Los tres lanzaron sus coronas de laurel.
Este fue otro de los momentos conmovedores de la visita “relámpago” del Papa Francisco a Lesbos. Antes de esa imploración, el líder católico tomó la palabra e hizo un llamado a todos a la responsabilidad y a la solidaridad ante la “dramática situación” de los refugiados.
Señaló que muchos de ellos, que se encuentran en esta isla y en otras partes de Grecia están viviendo en unas condiciones críticas, en un clima “de ansiedad y de miedo, a veces de desesperación”, por las dificultades materiales y la incertidumbre del futuro.
“La preocupación de las instituciones y de la gente, tanto aquí en Grecia como en otros países de Europa, es comprensible y legítima. Sin embargo, no debemos olvidar que los emigrantes, antes que números son personas, son rostros, nombres, historias”, advirtió.
“Europa es la patria de los derechos humanos, y cualquiera que ponga pie en suelo europeo debería poder experimentarlo. Así será más consciente de deberlos a su vez respetar y defender”, agregó.
Lamentó que entre los migrantes, muchos de ellos niños, ni siquiera alcanzaron a llegar hasta Lesbos y perdieron la vida en el mar, víctimas de un “viaje inhumano” y sometidos a las vejaciones de “verdugos infames”.
Llamó a construir la paz allí donde la guerra ha producido muerte y destrucción, e impedir que este “cáncer” se propague a otras partes, oponiéndose firmemente a la proliferación y al tráfico de armas, y sus tramas “a menudo ocultas”; dejando sin apoyos a todos los que “conciben proyectos de odio y de violencia”.
“Por el contrario, se debe promover sin descanso la colaboración entre los países, las organizaciones internacionales y las instituciones humanitarias, no aislando sino sosteniendo a los que afrontan la emergencia”, insistió.
“Todo esto sólo se puede hacer juntos: juntos se pueden y se deben buscar soluciones dignas del hombre a la compleja cuestión de los refugiados”, ponderó.
Poco después de la oración y el lanzado al mar de las coronas de laurel, el Papa se trasladó hacia el aeropuerto de esta ciudad, desde emprenderá su regreso a Roma.- Andrés Beltramo Alvarez.
En el puerto de esta ciudad, capital de la isla griega de Lesbos, Francisco pronunció una oración en la cual aseguró que aunque las tumbas de los migrantes no tienen nombre, Dios conoce y ama con predilección a cada uno de ellos.
En un discurso previo animó a trabajar por una humanidad que quiera construir puentes y rechace la “ilusión de levantar muros” con el fin de “sentirse más seguros”, porque las “barreras crean división”, en lugar de ayudar al verdadero progreso de los pueblos, y las divisiones, antes o después, provocan enfrentamientos.
Precisó que para ser realmente solidarios con quien se ve obligado a huir de su propia tierra, hay que esforzarse en eliminar las causas de esa dramática realidad: no basta con limitarse a salir al paso de la emergencia del momento, sino que hay que desarrollar políticas de gran alcance, no unilaterales.
“Que jamás los olvidemos,?sino que honremos su sacrificio con obras más que con palabras. (.)Padre despiértanos del sopor de la indiferencia,?abre nuestros ojos a sus sufrimientos?y líbranos de la insensibilidad, fruto del bienestar mundano y del encerrarnos en nosotros mismos.”, señaló, hablando en italiano.
“Ilumina a todos, a las naciones, comunidades y a cada uno de nosotros, para que reconozcamos como nuestros hermanos y hermanas?a quienes llegan a nuestras costas.?Ayúdanos a compartir con ellos las bendiciones que hemos recibido de tus manos”, agregó.
Tras la oración del Papa, también elevaron sus rezos los líderes ortodoxos Hieronymos, arzobispo de Atenas y toda Grecia, y Bartolomé I, patriarca de Constantinopla. Los tres lanzaron sus coronas de laurel.
Este fue otro de los momentos conmovedores de la visita “relámpago” del Papa Francisco a Lesbos. Antes de esa imploración, el líder católico tomó la palabra e hizo un llamado a todos a la responsabilidad y a la solidaridad ante la “dramática situación” de los refugiados.
Señaló que muchos de ellos, que se encuentran en esta isla y en otras partes de Grecia están viviendo en unas condiciones críticas, en un clima “de ansiedad y de miedo, a veces de desesperación”, por las dificultades materiales y la incertidumbre del futuro.
“La preocupación de las instituciones y de la gente, tanto aquí en Grecia como en otros países de Europa, es comprensible y legítima. Sin embargo, no debemos olvidar que los emigrantes, antes que números son personas, son rostros, nombres, historias”, advirtió.
“Europa es la patria de los derechos humanos, y cualquiera que ponga pie en suelo europeo debería poder experimentarlo. Así será más consciente de deberlos a su vez respetar y defender”, agregó.
Lamentó que entre los migrantes, muchos de ellos niños, ni siquiera alcanzaron a llegar hasta Lesbos y perdieron la vida en el mar, víctimas de un “viaje inhumano” y sometidos a las vejaciones de “verdugos infames”.
Llamó a construir la paz allí donde la guerra ha producido muerte y destrucción, e impedir que este “cáncer” se propague a otras partes, oponiéndose firmemente a la proliferación y al tráfico de armas, y sus tramas “a menudo ocultas”; dejando sin apoyos a todos los que “conciben proyectos de odio y de violencia”.
“Por el contrario, se debe promover sin descanso la colaboración entre los países, las organizaciones internacionales y las instituciones humanitarias, no aislando sino sosteniendo a los que afrontan la emergencia”, insistió.
“Todo esto sólo se puede hacer juntos: juntos se pueden y se deben buscar soluciones dignas del hombre a la compleja cuestión de los refugiados”, ponderó.
Poco después de la oración y el lanzado al mar de las coronas de laurel, el Papa se trasladó hacia el aeropuerto de esta ciudad, desde emprenderá su regreso a Roma.- Andrés Beltramo Alvarez.