El maravilloso rescate de 32 perros en CDMX: del ring a un nuevo hogar

17 agosto 2018
Noticias de Yucatán. Noticias de Hoy



Hay órdenes que un policía nunca olvida. Misiones que perduran en los años de servicio. La del 21 de enero de 2017 es una de esas para el policía segundo Eduardo Sánchez. Aquella mañana, su jefe, Carmelo Hernández, el titular de la Brigada Animal de la policía de la Ciudad de México, le ordenó investigar lo que una voz anónima contó en una llamada: en un domicilio al surponiente de la ciudad, varios perros estaban en condiciones terribles, desesperados por un rescate.
Por lo general, las denuncias que recibe la Brigada Animal, el brazo de la policía dedicado a la recuperación de todo tipo de animales, suelen avisar de un ser vivo en peligro. Acaso, dos o tres. Pero esta llamada hablaba de "decenas" en una misma casa. Y advertía que la tardanza podría ser fatal para los perros.
El jefe Hernández anotó en su bitácora: Eduardo Sánchez, placa 830474, junto con la policía Adriana Martínez, placa 829690, irán en una patrulla hacia el domicilio para hacer una inspección. La ley impide que los policías de la Brigada Animal tiren puertas, revienten ventanas o cualquier otro recurso hollywoodense. Sus alcances se limitan a tocar un timbre, presentarse y pedir permiso a los dueños para hacer una revisión. La mayoría de las veces, los agresores de animales dan un portazo. Entonces, los policías abren una queja de oficio con la evidencia que obtienen mirando desde la calle, la presentan a un ministerio público y cruzan los dedos para que un juez autorice una investigación por el delito de maltrato animal.
El policía Eduardo Sánchez pensaba eso mientras manejaba: volver a la estación con las manos vacías era una posibilidad. Se estacionó frente al domicilio y junto con la policía Adriana Martínez se paró frente al portón de una casa cualquiera en una colonia cualquiera de la delegación Magdalena Contreras. No había alguien cerca, así que ambos caminaron al puesto de tacos frente a la casa y ordenaron comida para conversar con el taquero. El único posible testigo a la redonda.
El taquero confirmó la denuncia telefónica: en esa casa, apuntó, hay decenas de perros. Nunca se les ve, pero se les escucha y se les huele. Entonces, los dos policías tocaron la puerta y un hombre abrió la puerta, pero solo un poco, lo suficiente para decirles que no les dejaría pasar. No se rindieron. Usaron su última ficha: la puerta de un vecino, quien les permitió asomarse desde su casa hacia el domicilio del supuesto agresor de perros.
"Lo que vi fue impresionante", recuerda el policía Eduardo Sánchez. "Era realmente impactante".
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Un breve paréntesis para entender lo que sigue en la historia:
En 1869, Estados Unidos era un país herido por la violencia de la Guerra Civil, lejos de la potencia que es hoy. Habían pasado cuatro años desde el fin de la también llamada Guerra de Secesión, pero la economía no lograba levantarse. Había desempleo, pobreza, escasez de productos. Y miles luchaban por sobrevivir en el Medio Oeste, como el granjero Leónidas Hornsby, quien, sin quererlo, inspiró el dicho de que el perro es el mejor amigo del hombre.
Leónidas estaba harto de que perros y coyotes se comieran a sus ovejas, el principal sustento de su granja, así que advirtió a sus vecinos que mantuvieran lejos a sus animales, pues al primero que viera le dispararía. El 28 de octubre de hace 149 años cumplió su amenaza, cuando su sobrino le dijo que había un perro en la propiedad. Furioso, Leónidas le ordenó tomar una escopeta y dispararle.
El perro era un sabueso llamado Viejo Tambor. Vivía con el cuñado de Leónidas, Charles Burden, quien prometió lograr justicia para su amigo y acudió a policía para demandar una "indemnización" de 100 dólares, la pena más alta que la justicia de entonces contemplaba para el maltrato animal. Después de varios fallos desfavorables y apelaciones, Charles usó sus ahorros para pagar a un abogado famoso por ganar los casos más difíciles e improbables: el exsenador George Graham Vest, quien, según los archivos de Missouri, prometió triunfar o se disculparía personalmente con cada perro del estado.
El 23 de septiembre de 1870, finalmente, llegó el último tramo del juicio: los alegatos finales. El abogado Vest tenía toda la evidencia científica a su alcance para convencer al jurado de que Leónidas era el autor intelectual del crimen, pero tenía sus dudas sobre si esa era la estrategia correcta.
Al final, eligió un emotivo discurso que, según la crónica judicial, hizo llorar al jurado. El texto fue conocido como El Elogio del Perro, en el que hablaba de los canes como el único ser vivo que ama a los seres humanos incondicionalmente, incluso más que los hijos o la pareja. De ahí, surgió la frase "el perro es el mejor amigo de hombre", que le hizo ganar el juicio y conseguir justicia para Viejo Tambor: Leónidas fue obligado a pagar 100 dólares, aunque la leyenda dice que terminó pagando 450.
Ya desde entonces, la vida de los perros estaba atada a un valor económico. Y así fue por siglos: desde Lassie, "la perra más famosa del mundo", vendida por 15 libras al Duque de Rudling en la historia que la hizo famosa, hasta Coffee, el perro de Gael García en la película Amores Perros, por el cual su enemigo El Jarocho pedía 20 mil pesos.
Hasta diciembre de 2012, los capitalinos dejaron de pelear para que el maltrato animal se tipificara como delito en el Código Penal. Hasta hace seis años, si alguien obligaba a un perro a pelear para obtener dinero sólo pagaba una multa económica, similar a tirar basura en la calle.
Es 2018 y apenas 17 estados en México tienen tipificado el maltrato animal como delito. Para el resto, es una mera infracción. Se paga dinero y la tortura queda perdonada.
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Al policía Eduardo Sánchez, un tipo de aspecto duro, pero blando como puré, se le estrujó el corazón con lo que vio: unos 30 perros heridos y desnutridos merodeaban en la propiedad. Se les veían las lesiones abiertas en pelajes opacos y pegados a los huesos. Ojos tristes sobre narices resecas. Y orejas caídas, la señal de la depresión canina.
No hacia falta más. Él y su compañera regresaron a la estación de la Brigada Animal en la delegación Xochimilco e hicieron el reporte con los detalles: casi todos pitbull, desnutridos, deshidratados, malheridos, incapaces de moverse.
El daño era tan grave y urgente que el informe se envió ese mismo día a la Fiscalía Desconcentrada de Investigación en Delitos Ambientales de la procuraduría capitalina. Y habrá sido la emotiva redacción de los policías, pero algo inusual sucedió: en menos de 15 días, la ministerio público Valeria Ordoñez sacó a varios agentes de investigación de sus trabajos encubiertos para enviarlos a investigar aquella casa. Y rápido. Decenas de vidas dependían de eso.
El 27 de enero, policías y agentes entraron a la casa con una orden de cateo en mano. El propietario no se resistió la arresto. Mientras le leían sus derechos, los agentes husmearon en la casa y contaron a decenas de perros dormidos sobre sus heces y charcos de orina, famélicos, aturdidos por el hambre. Incluso, hallaron el cadáver de un cachorro que, creen, murió por desnutrición. Los pitbull tenían heridas abiertas, donde se posaban las moscas. Estaban tan débiles que varios ni siquiera enseñaron los colmillos, cuando fueron cargados y depositados, casi moribundos, en el interior de las jaulas que la Brigada Animal había reservado para ellos.
Cuando la puerta se cerró, también se canceló el infierno para 32 animales.
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Los agentes del ministerio público que siguieron el caso determinaron que, al menos, seis de los perros rescatados estuvieron involucrados en peleas clandestinas. Las heridas en el cuello, patas y hocico delataban su pasado. El resto vivía en hacinamiento, víctimas de un acumulador desempleado que ganaba dinero por rentar perros para cruzarlos o pelearlos.
La terquedad de los policías y de los agentes de investigación cambió la vida de esos perros. Después del rescate, los 32 fueron llevados al veterinario. El trabajo fue exhaustivo: como si fueran víctimas de la violencia, distintos especialistas se avocaron a atenderlos. Un día los cuidaba un veterinario, otro día un especialista en comportamiento animal. Una tarde se les enseñaba a convivir con otros perros y humanos, y otra tarde se les dejaba libres en el descampado de Xochimilco para que retozaran en verdes prados.
Tras un intenso trabajo de readaptación, los 32 fueron puestos en adopción. Unos fueron canalizados a organizaciones defensoras de animales; otros, se quedaron en la Brigada Animal, que cada domingo abre sus puertas para familias que buscan sumar un peludo a su casa. Todos los perros que ofrece la policía de la Ciudad de México están readaptados, listos para convivir con otros animales, humanos y hasta recién nacidos.
Hoy, el jefe Carmelo Hernández no sabe dónde están esos perros. Y eso es una buena noticia: significa que todos están con una familia adoptiva. En lugar de un pedazo frío y rugoso de concreto, alguien les ofrece una segunda oportunidad y una cama mullida donde dormir.
"Están viviendo la vida que jamás iban a tener y que merecen", cuenta el jefe Hernández, emocionado por el final de una historia que parecía destinaba a un final funesto. "Estamos felices por ellos".
Hay órdenes que un policía nunca olvida. Y, a veces, con suerte, son días que un perro tampoco olvida. Fuente: huffingtonpost.com.mx

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