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La Refinería Bicentenario de Tula, Hidalgo, fue un “rotundo fracaso” de los sexenios de Felipe Calderón Hinojosa y Enrique Peña Nieto. Hoy, a 10 años de iniciar el proyecto, hay una barda en un lote vacío y cientos de sueños rotos. Pero la promesa de nuevas refinerías sigue en pie. El virtual Presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, confía en salir avante donde los otros fallaron.
“Hay un rezago muy grande en materia de refinación aquí en México. Estamos importando, hoy en día, el 56 por ciento de las gasolinas que consumimos en el mercado interno. Este rezago se debe, principalmente, a que no se han invertido los recursos necesarios para mantener y modernizar las seis plantas con las que cuenta Petróleos Mexicanos” (Pemex), dijo a SinEmbargo el especialista en temas energéticos Arturo Carranza.
“Para abatir este rezago en el sexenio de Calderón, se planteó la posibilidad de construir un nuevo tren de refinación, con la finalidad de aumentar la producción interna y depender en menor medida de las importaciones. La propuesta de la refinería no se logró concretar por la fallida instrumentación del proyecto de nueva refinería”, comentó.
En marzo de 2008, Felipe Calderón anunció que su gobierno construiría una planta capaz de procesar 250 mil barriles diarios de combustible. El proyecto suponía un desembolso total de 12 mil millones de dólares.
Un mes después, Jesús Reyes Heroles –entonces titular de Pemex– informó que Tula sería la sede de la refinería. Por su parte, Miguel Ángel Osorio Chong –como Gobernador de Hidalgo– celebró la contratación de una deuda por 1 mil 500 millones de pesos con Banamex, que sería liquidada en un transcurso de 12 años (lo que no pasó).
Durante los seis años siguientes, el Gobierno federal invirtió 3 mil 435 millones de pesos en contratos de licitación. Aunque según la autora de Pemex RIP. Vida y Asesinato de la Principal Empresa Mexicana, la periodista Ana Lilia Pérez, el dinero erogado superó los 9 mil millones de pesos.
Para marzo de 2014, la administración de Enrique Peña Nieto anunció que se cancelaba el proyecto por no ser “rentable”; y que, en cambio, comenzaría un proceso de modernización de las refinerías existentes (entre ellas una en Tula), cuyo costo total sería de 4 mil 600 millones de dólares.
Hasta el año pasado, Pemex reconoció un desembolso de 2 mil 600 millones de dólares para modernizar la refinería Miguel Hidalgo de Tula, que ya cuenta con una torre fraccionadora de la planta de coque (que permite convertir combustóleo en gasolinas con mayor eficiencia).
El recorrido de 10 años implicó múltiples licitaciones marcadas por la opacidad y las irregularidades. Inclusive, hasta julio de 2017, Odebrecht –señalada por pagar millonarios sobornos a funcionarios de Pemex para conseguir contratos– estuvo involucrada en el proceso que, en lugar de impulsar obras públicas y generar crecimiento y desarrollo económicos a favor de miles de trabajadores mexicanos, sólo benefició a los contratistas, dejó una millonaria deuda en Hidalgo y abandonó 700 hectáreas de terreno que eran de cultivo, dijeron en entrevista los especialistas en temas energéticos, Miriam Grunstein Dickter y Arturo Carranza.
En 2009, el Gobierno de Hidalgo, entonces encabezado por el priista Miguel Ángel Osorio Chong, comenzó a firmar los acuerdos de venta de tierras en Tula. Los campesinos denunciaron presión gubernamental para desalojar sus ejidos. Foto: Manuel Salgado, Agencia Cuartoscuro.
En 2013, los sembradíos ya habían desaparecido. Y las revueltas de campesinos fueron el pan de cada día porque no hubieron mejoras; pero sí pérdida de tierras productivas y del sustento de familias enteras. Foto: Especial.
“En este país no hay políticas públicas sino ocurrencias. Felipe Calderón tuvo una ocurrencia muy mal estudiada de construir una refinería en la misma zona de Tula [en Hidalgo], en medio de una crisis financiera internacional [en 2008], financiada […] por Pemex mismo, que es una de las empresas petroleras más apalancadas”, lamentó la doctora Grunstein, socia fundadora de Brilliant Energy Consulting.
Debido a la crisis económica, “Pemex, como todas las empresas del mundo, tuvo que hacer un ajuste muy grande de su presupuesto. Y en este ajuste le dio prioridad, como la mayoría de las empresas petroleras, a la parte de exploración y producción. La parte de refinación quedó rezagada. Y si ya había un rezago muy grande, con este escenario la parte de refinación cayó en una situación realmente compleja, que al día de hoy se expresa en nuestro consumo interno de gasolinas que depende, en gran medida, de Estados Unidos”, detalló Carranza.
La opción para el Gobierno mexicano era, en cambio, comprar un “sistema con terminales de almacenamiento y distribución” –como existe en el sur de Texas– en lugar de construir una refinería nueva, señaló Grunstein. Sin embargo se optó por una mala decisión y ahora pagamos los platos rotos.
El amargo capítulo de Pemex aún es una realidad para más de 300 campesinos que vendieron sus tierras porque los gobiernos local y federal les prometieron beneficios y mejores condiciones de vida. Pero lo único que dejó el Gobierno es un terreno ocioso, con una barda perimetral de 14.7 kilómetros de longitud (que costó 121.5 millones de pesos) y dos túneles de desfogue.
Las 700 hectáreas de terreno, que abarca los municipios de Atitalaquia, Tlaxcoapan y Tula, son un manto verde que nadie puede aprovechar por tratarse de una propiedad federal. Los pobladores que vendieron se quedaron sin una fuente productiva de trabajo y “perdimos el costo de oportunidad” que se hubiera traducido en “generación de empleos y el impulso al crecimiento regional”. Esto fue lo que se “desperdició” en Tula, mencionaron los analistas.
Sin Embargo