Dicen que del odio al amor sólo hay un paso, pero ¿ocurre lo mismo a la inversa, sobre todo cuando hablamos de la relación de los padres con sus hijos?
El amor y el odio son sentimientos ambivalentes que comparten los mismos circuitos cerebrales, así lo afirman los estudios realizados por el profesor Simon Baron-Cohen, especialista en empatía y crueldad. Para él, el amor y el odio transitan por la misma carretera pero en distintas direcciones, por ello el choque entre ambas es inevitable.
Cuando se habla de la relación de un padre o madre con sus hijos, es normal que haya ‘odios’ pasajeros que no dejan huella ni consecuencias. El problema es cuando este sentimiento se presenta de forma crónica y tiene implícito el deseo de dañar.
En otras palabras, sí puede odiarse a un hijo, aunque reconocerlo en público es considerado casi una trasgresión. Esto genera que los progenitores se sientan culpables y alberguen sentimientos negativos como:
Decepción
A veces los papás y mamás idealizan a los hijos, pero ¿qué sucede cuando éstos no son lo que se esperaba? También ocurre que se busca proyectar en ellos los anhelos propios: lo que no me gusta de mí quiero cambiarlo en ti.
Envidia
A veces los padres quisieran intercambiar posición con sus hijos y tener todo un futuro por delante. En su libro ‘La mujer que no quería amar’, el psicoanalista Stephen Grosz afirma:
Esta envidia es inconsciente, furtiva, resistente a ser investigada y corroborada (…) Cuando envidiamos a nuestros hijos nos engañamos a nosotros mismos, tenemos un concepto demasiado bajo de ellos y demasiado alto de nosotros”.
Este sentimiento suele estar oculto en aquellos padres que tienen la necesidad de ser los únicos que den consejos a sus hijos, o bien, se encargan de desinflar sus aspiraciones.
Frustración
Se piensa que con la llegada de un hijo el mundo se llenará de luces y amor, pero con ello también aparecen los desvelos y el poco tiempo libre. ¿Cómo es que un ser tan pequeño sea capaz de sacar de quicio a los padres?
Este cambio en la estructura de una pareja también suele provocar peleas, cuando algunos de los dos se alía con el hijo y hacen al otro responsable de todos los problemas.
Si el problema es el marido, significa que ella es una buena madre y su hija una buena niña”
… comenta Grozs en uno de sus libros.
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Y entonces ¿qué hacer si se descubre que la relación con los hijos presenta alguno de estos patrones?
Lo primero es reconocer la existencia de estos sentimientos y así poder cambiarlos, además de aprender a expresar lo que sentimos sin lastimar o dañar al otro. Para ello se deben seguir estos pasos:
1. Describir lo que está sucedido.
2. Indicar cómo nos sentimos por ello y ponerle nombre a la emoción.
3. Hacer una petición expresa
4. Manifestar las consecuencias positivas y/o negativas de hacer o no un cambio. Por ejemplo, cuando se desea que un hijo levante su cuarto es mejor decirle:
Tu habitación está muy desordenada y esto me pone muy nerviosa, quiero que la ordenes pues el orden te va ayudar en tu vida, el desorden produce un desgaste mental y quita mucha energía”.
En lugar de lanzar un ataque personal de este tipo:
Eres un vago y un desordenado”
El amor entre padres e hijos se construye día con día, aceptando que en éstas relaciones ocasionalmente hay sentimiento de rechazo y trabajando por encontrarle solución.
Con información de El Mundo