En nuestra serie de Mérida, en el pasado y presente, no podemos siquiera pensar omitir los cenotes de nuestra ciudad, pues a pesar que se encuentran en las entrañas de estas tierras son parte importante de nuestro paisaje visual.
Pero antes de entrar en materia, se le hace un atento llamado al Ayuntamiento para que no permita exhibiciones informales como la que desarrolló el fin de semana un grupo de tamborileros en la calle 60 con 61, ya que aparte de desquiciar el libre tránsito de los peatones y afear el paisaje visual, afecta de manera directa al comercio formal de la zona.
Por otro lado, en el presente, existen registrados alrededor de 150 cenotes en la ciudad, de los cuales no existe registro metodológico que sin duda sería muy provechoso realizar. Décadas atrás, varias de las majestuosas cavidades fueron reutilizadas como un sano condimento de las casas, pues este encanto de la naturaleza proporcionó a los propietarios y sus familias un importante sitio de esparcimiento que, obviamente, supieron reaprovechar.
Comúnmente, la construcción de las antiguas casonas se realizaba a un costado de estas formaciones, con la intención de que sus cenotes se localizaran en los enormes jardines y para hacer más cómodo el acceso les adaptaron escaleras de piedra, pues no podemos olvidar que en la ciudad de Mérida el manto freático ronda en los 6.5 metros. Estas fueron las piscinas del pasado y, por fortuna, en el presente se ha recobrado ese valor ya que por muchos años, gente inconsciente los utilizó como sumideros.
Un cenote que tuvo gran tradición en su momento es el llamado “Tívoli”, ubicado en la esquina de la calle 45 con 62, donde actualmente se asienta el Instituto Comercial Bancario. Esta propiedad perteneció al licenciado Albino Manzanilla Canto, y la construcción de la casa se realizó en el año de 1880. En ese entonces, existió en el sitio un establecimiento de duchas, regaderas y, obviamente, baño de cenote, nombrado desde 1890 como “El Tívoli”.
En esa época tenía escalerillas de piedra, mismas que eran rodeadas por otras de regular tamaño y una de ellas de gran envergadura que en ocasiones la hacía de botadero desde la cual los jóvenes realizaban sus clavados. En su contorno había una serie de cuartos pequeños donde se hallaban las duchas, y los sábados y domingos eran los días de mayor afluencia de visitantes.
En esos remotos años, el administrador del negocio era el señor Ángel Cárdenas, quien además atendía una pequeña tienda de abarrotes y miscelánea, ubicada en la misma esquina, conocida también como “El Tívolí”.
En este punto, es interesante observar cómo a fines del siglo XIX uno de los establecimientos de la ciudad, pionero en “el baño de cenote”, cuidaba la seguridad de sus visitantes, situación que en el presente no es evidente en gran parte de los cenotes turísticos.
Otro legendario cenote de Mérida es el llamado “Huolpoch”, ubicado en el predio 510-C de la calle 39, justo en el cruzamiento con la 62-A. Según Luis Santiago Pacheco, en 1876, el señor Felipe Contreras compró dicho terreno con el propósito de cultivar hortalizas, y cuando los trabajadores hacían labores propias de limpieza encontraron el cenote. Una vez enterado el propietario de tal hallazgo, se entusiasmó tanto que personalmente prosiguió las labores, pero en un descuido fue mordido por una serpiente conocida como Huolpoch.
De acuerdo con Gaspar Gómez Chacón, en la década de 1940, ese predio fue adquirido por su familia y convertido en una especie de piscina pública donde acudían vecinos del rumbo.
Alrededor de 1954 se instaló ahí una cantina muy especial, pues además de los parroquianos comunes, asistían al lugar miembros de la intelectualidad yucateca, e incluso los guías de turistas llevaban a los visitantes a ese sitio como parte del paseo citadino. Se cuenta que los extranjeros, al ver que el cuerpo de agua tenía alguna similitud con las fuentes europeas, tiraban ahí monedas para atraer la buena suerte, tal como lo ordenaban sus añejas costumbres.
En el presente, es posible hablar con personas que relatan cómo se sumergían en el cenote para rescatar esas monedas y guardarlas como recuerdos y, por qué no, para comprar alguna golosina o refrigerio. ¡Por los calzones piteados de la serpiente!
Mi correo es sergiogrosjean@yahoo.com.mx y twitter @sergiogrosjean
Pero antes de entrar en materia, se le hace un atento llamado al Ayuntamiento para que no permita exhibiciones informales como la que desarrolló el fin de semana un grupo de tamborileros en la calle 60 con 61, ya que aparte de desquiciar el libre tránsito de los peatones y afear el paisaje visual, afecta de manera directa al comercio formal de la zona.
Por otro lado, en el presente, existen registrados alrededor de 150 cenotes en la ciudad, de los cuales no existe registro metodológico que sin duda sería muy provechoso realizar. Décadas atrás, varias de las majestuosas cavidades fueron reutilizadas como un sano condimento de las casas, pues este encanto de la naturaleza proporcionó a los propietarios y sus familias un importante sitio de esparcimiento que, obviamente, supieron reaprovechar.
Comúnmente, la construcción de las antiguas casonas se realizaba a un costado de estas formaciones, con la intención de que sus cenotes se localizaran en los enormes jardines y para hacer más cómodo el acceso les adaptaron escaleras de piedra, pues no podemos olvidar que en la ciudad de Mérida el manto freático ronda en los 6.5 metros. Estas fueron las piscinas del pasado y, por fortuna, en el presente se ha recobrado ese valor ya que por muchos años, gente inconsciente los utilizó como sumideros.
Un cenote que tuvo gran tradición en su momento es el llamado “Tívoli”, ubicado en la esquina de la calle 45 con 62, donde actualmente se asienta el Instituto Comercial Bancario. Esta propiedad perteneció al licenciado Albino Manzanilla Canto, y la construcción de la casa se realizó en el año de 1880. En ese entonces, existió en el sitio un establecimiento de duchas, regaderas y, obviamente, baño de cenote, nombrado desde 1890 como “El Tívoli”.
En esa época tenía escalerillas de piedra, mismas que eran rodeadas por otras de regular tamaño y una de ellas de gran envergadura que en ocasiones la hacía de botadero desde la cual los jóvenes realizaban sus clavados. En su contorno había una serie de cuartos pequeños donde se hallaban las duchas, y los sábados y domingos eran los días de mayor afluencia de visitantes.
En esos remotos años, el administrador del negocio era el señor Ángel Cárdenas, quien además atendía una pequeña tienda de abarrotes y miscelánea, ubicada en la misma esquina, conocida también como “El Tívolí”.
Cenotes de leyenda
Una nota periodística de 1892 dice: “Comienza la temporada de baños en este hermoso cenote que por su ubicación cercana al centro de esta ciudad es el más apropiado para el objeto. Cuenta el establecimiento con todas las comodidades necesarias, habiendo un departamento especial para familias, las cuales podrán bañarse sin peligro en un lugar adecuado del bello y pintoresco cenote. Se garantiza buen trato y mucho orden”.En este punto, es interesante observar cómo a fines del siglo XIX uno de los establecimientos de la ciudad, pionero en “el baño de cenote”, cuidaba la seguridad de sus visitantes, situación que en el presente no es evidente en gran parte de los cenotes turísticos.
Otro legendario cenote de Mérida es el llamado “Huolpoch”, ubicado en el predio 510-C de la calle 39, justo en el cruzamiento con la 62-A. Según Luis Santiago Pacheco, en 1876, el señor Felipe Contreras compró dicho terreno con el propósito de cultivar hortalizas, y cuando los trabajadores hacían labores propias de limpieza encontraron el cenote. Una vez enterado el propietario de tal hallazgo, se entusiasmó tanto que personalmente prosiguió las labores, pero en un descuido fue mordido por una serpiente conocida como Huolpoch.
De acuerdo con Gaspar Gómez Chacón, en la década de 1940, ese predio fue adquirido por su familia y convertido en una especie de piscina pública donde acudían vecinos del rumbo.
Alrededor de 1954 se instaló ahí una cantina muy especial, pues además de los parroquianos comunes, asistían al lugar miembros de la intelectualidad yucateca, e incluso los guías de turistas llevaban a los visitantes a ese sitio como parte del paseo citadino. Se cuenta que los extranjeros, al ver que el cuerpo de agua tenía alguna similitud con las fuentes europeas, tiraban ahí monedas para atraer la buena suerte, tal como lo ordenaban sus añejas costumbres.
En el presente, es posible hablar con personas que relatan cómo se sumergían en el cenote para rescatar esas monedas y guardarlas como recuerdos y, por qué no, para comprar alguna golosina o refrigerio. ¡Por los calzones piteados de la serpiente!
Mi correo es sergiogrosjean@yahoo.com.mx y twitter @sergiogrosjean