Mons. Raúl Vera López (Acámbaro, Guanajuato, 1945) encarna el ideal evangélico del pastor comprometido con su pueblo, pero es también un luchador rebelde contra la desigualdad y la injusticia que no teme alzar la voz contra el “gobierno criminal” que ha desbaratado al país y ha entregado los pedazos al capital extranjero.
El obispo de Saltillo trae a Mérida la buena nueva de un proyecto que busca devolverle al pueblo la dignidad que le ha sido arrebatada por la clase política y a partir de ahí refundar México, construir un país en el que estemos incluidos todos.
Padre, dice usted, con toda razón, que México está desbaratado. ¿Cómo llegamos a esto?
Por culpa de una clase política que se sumergió totalmente en un modelo económico basado en el capitalismo liberal que ahora, con nuevos elementos que lo hacen más feroz, adopta el mote de “neoliberal”. Su principal característica es que reduce al mínimo al Estado en favor del capital. El engranaje de la sociedad se mueve mediante el intercambio de dinero, responde a lo que ordena el mundo financiero, que no tiene ninguna regla ética, ningún límite. A esto se ha plegado totalmente la clase política mexicana, el Estado no está funcionando, se ha convertido en un instrumento del capital, al que ha entregado el territorio, con todas sus riquezas naturales y con todo el potencial que significa la fuerza laboral. Esta es la razón del grado de descomposición que padecemos, el abandono en que ha quedado el pueblo.
¿También de ahí surge la violencia?
El crimen organizado, que funciona como una empresa más, es socio en este modelo neoliberal. Los cárteles son otros acumuladores de riqueza con métodos tan carentes de ética como los que caracterizan al mundo económico. Entonces tenemos un Estado disminuido que además es corrupto y que deja en la impunidad todos los excesos del mundo criminal. Cuando hablo del mundo criminal incluyo a políticos y financieros corruptos, porque contribuyen a este proceso de descomposición con el lavado de dinero, el negocio de las armas, la trata de blancas. Abarco también a funcionarios de migración, a las policías, al ejército, que han caído en ese afán de acaparar, de acumular dinero. La administración de la justicia no ha sido una característica fundamental para afrontar esta serie de situaciones, vivimos una descomposición fundamental en la que la ética se ha ausentado de la política y de la economía.
¿Dios así lo quiere? ¿Nos tenemos que resignar?
Para nada. La Santa Sede acaba de declarar que toma la muerte de don Oscar Arnulfo Romero, obispo de San Salvador, con la cualificación de martirio. Y martirio significa muerte por el Evangelio, por los ideales de Jesucristo, por la fe. Tenemos entonces un ejemplo claro de un pastor comprometido con el Evangelio y por tanto comprometido con su pueblo, un pastor que defendió a precio de sangre la vida de su pueblo, los derechos más fundamentales que Dios le asigna a la persona al crearla. Los llamamos derechos humanos porque son inherentes a la persona, no requieren de una ley humana, son características que honran a la persona como imagen de Dios que es. Este claro ejemplo responde la pregunta: ¡Dios no lo quiere así! ¡Y la Iglesia tiene que defender los derechos del hombre, tiene que defender la ética, los valores morales! No debe limitarse a difundirlos, los tiene que defender contra viento y marea.
¿Cómo revertir esta situación?
Dándole su lugar al pueblo. Tomo de nuevo el ejemplo de don Oscar, que dio a los salvadoreños conciencia de su dignidad como hijos de Dios. Y lo hacía en el trato que les dispensaba, en la importancia que daba a la dignificación de su vida. Lo hacía desde un proceso eclesial que se caracterizó por hacer de ese pueblo sujeto de la construcción histórica. Yo viví esto en Chiapas con don Samuel Ruiz, quien se encontró un pueblo esclavizado, donde niños y adultos morían antes de tiempo por el trato inhumano que recibían de quienes los tenían sometidos. Lo más importante es dar a los ciudadanos su condición de sujetos, sólo saldremos de esta crisis monumental el día que este pueblo sea puesto en el lugar que le corresponde. La Iglesia tiene que hacerlo y además exigirlo. Es una gran responsabilidad de quienes predicamos el Evangelio, pero quien cree en los valores universales, en la dignidad de las personas, también tiene que trabajar para revertir esta situación.
¿Qué papel nos toca como pueblo?
Si los mexicanos no reaccionamos, si seguimos dejando que haga lo que quiera al grupito que controla al país, si seguimos tolerando este desorden y esta violencia estructural, estamos condenados a la destrucción. Tenemos un gobierno que no sólo tolera la violencia, sino que ¡es un gobierno criminal! Las reformas constitucionales —agraria, laboral, energética y la más reciente, que busca privatizar el agua— son auténticas salvajadas. Debemos trabajar para frenar esto, para cambiar las estructuras… No hablo de una revolución violenta. Están los caminos del Derecho Internacional, de la recurrencia a las Cortes Internacionales para denunciar los crímenes de lesa humanidad. Como pastor creo que estamos obligados a procurar que la gracia redentora de Cristo, en la que creemos por nuestra fe, restituya completamente no sólo al ser humano individual, sino al sujeto social que conforman como colectivo los seres humanos. Si la Iglesia no se pone a trabajar en ese sentido estará faltando gravemente a un compromiso histórico.
Parecería que hay dos Méxicos diferentes: el de los indignados y el de los que tienen miedo o son indiferentes…
Sí, hay dos Méxicos: el chiquitito para el que se gobierna y el México de los demás, el abandonado. No es que exista gente que se deje dominar… no. Pero ha recibido un trato tan inhumano que tiene miedo de que lo mínimo a lo que le dan derecho se lo quiten. Hay que enseñarle, darle las armas de la razón, pero no pretendamos adoctrinarla. En la Iglesia hemos sido doctrineros, no hemos generado un pueblo consciente. Damos doctrina y hasta eso: un cachito de doctrina, para los sacramentos. ¡Hemos hecho un papel muy pobre como Iglesia!, lo digo yo antes de que otros vengan y nos lo griten a nuestra cara.
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“Los partidos no son alternativa”
“Están formados por mercaderes”, dice Mons. Vera
“Están formados por mercaderes”, dice Mons. Vera
Monseñor Raúl Vera López hace justicia a su leyenda de indomable. Siempre a ras de tierra, desde hace muchos años lucha por todas las causas justas de este país, principalmente en defensa de los olvidados y los excluidos.
El miedo de la gente es resultado de siglos de trato inhumano, pero esto cambia cuando hay una buena evangelización, dice.
Por ejemplo, si el proceso de construcción democrática fuera verdadero, si —por ejemplo— los partidos políticos hubieran entendido la importancia que tienen las lecciones para la formación política de los ciudadanos, México sería diferente, asegura.
“Pero los partidos políticos están integrados por mercaderes a los que sólo interesa su provecho personal y el de su grupo. En estos momentos los partidos políticos no son ninguna alternativa”.
Ante esta realidad, dice el obispo de Saltillo, los ciudadanos tenemos que construir lo que nadie ha querido: generar el sujeto. “¿Cómo lo haremos? Dándoles voz, pidiéndoles que nos digan cómo quieren que sea su país, invitándolos a que caminemos juntos. Ese es el punto de partida del gran proyecto que culminará en una nueva Constitución.
“Pero la principal intención es darles voz a todos los ciudadanos. Devolverles la dignidad que les fue arrebatada”.
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