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Cuando Marco Aurelio, ex piloto de la empresa mexicana Global Air, vio en las noticias el accidente de la aeronave de Cubana de Aviación, el viernes pasado, soltó un grito desesperado. ¡Se los dije! ¡Les dije que un día pasaría una tragedia con esos aviones!, le gritaba a su familia, empapado en lágrimas por la muerte de más de 100 pasajeros, entre ellos varios menores, pero, sobre todo, por el fallecimiento del capitán Jorge Luis Núñez Santos y del copiloto Miguel Ángel Arreola Ramírez, con quienes voló en repetidas ocasiones.
Marco Aurelio Hernández Carmona sobrevivió a ocho años de riesgos constantes en Global Air, donde fue piloto con rango de capitán. De 2005 a 2013, voló sin combustible, con llantas ponchadas, sobrepeso, corrosiones, motores sobrecalentados, voló incluso sin radar y sin sistema eléctrico, todo por la falta de mantenimiento a los cuatro aviones que en ese entonces tenía la compañía mexicana, y que hace dos días se vio involucrada en la caída de uno de sus aviones: un Boeing 737 alquilado por Cubana de Aviación.
En 2013 interpuso una demanda ante Alejandro Argudín Le Roy, quien era director general de Aeronáutica Civil de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes, para denunciar el mal mantenimiento de los aviones y daños a su salud causados por estrés y jornadas extenuantes de trabajo en Global Air, una aerolínea que da servicios de vuelos chárter y renta sus aeronaves. A raíz de esa demanda, la dependencia federal inspeccionó el estado de las aeronaves, y al hallar irregularidades multó con un millón de dólares a la empresa, sin embargo ésta siguió operando.
Que pilotos y pasajeros se jugaban la vida cada día al abordar uno de estos aviones, era un secreto a voces. Los pasajeros llegaban a sus destinos molestos y asustados por las turbulencias constantes. Los pilotos, por su parte, bajaban del avión y les temblaban las rodillas, estremecidos por lo cerca que estuvieron de morir, asombrados de su capacidad para solucionar las cosas en el aire. Una adrenalina constante con la que vivían cada día.
Al dueño de la compañía, el empresario español Manuel Rodríguez Ocampo, poco o nada le importa mantener los aviones en buen estado, comenta Marco Aurelio en entrevista para EL UNIVERSAL Querétaro; las verificaciones oficiales y demás permisos necesarios los obtenía mediante la corrupción, porque ningún avión en esas condiciones es capaz de aprobar algo, comenta. “Desgraciadamente así es en México, sueltas una lana y te ponen palomita”.
“Los inspectores apuntaban otros balances, decían que volaba con 60 pasajeros cuando yo llevaba 120 personas, el peso máximo del avión era de 117 mil libras y nosotros despegamos con 125 mil libras, si llegaba a ocurrir un paro de motor, no salíamos de esa. Yo debía llevar menos pasaje o menos equipaje pero no era así. Yo siempre estaba firme en los controles pero cuando despegaba decía: ‘ay, Diosito gracias por ayudarme’”.
“Una vez volamos con el equipo Cruz Azul a bordo, de Paraguay a México, tuve falla del motor izquierdo, los motores ya no tenían aceite, tuvimos que aterrizar en Perú, ahí nos hicieron espacio para el avión. El avión se quedó dos meses ahí para que le cambiaran la turbina y los jugadores de Cruz Azul pagaron de su propio dinero el pasaje para volar de regreso a México”.
“En otra ocasión tuvimos que pedirle a una pasajera en Puerto Vallarta su tarjeta de crédito para cargar combustible, de ese tamaño estaban las cosas. Otra vez que nos quedamos sin sistema eléctrico, tuve que despegar y casi a ciegas volver a aterrizar, trajeron mecánicos y electricistas que determinaron que esa falla fue un sabotaje, cortaron líneas eléctricas porque el señor no les pagó el servicio a los electricistas y sabotearon el avión, pusieron en riesgo a todos”.
“Durante tres meses estuvimos volando sin radar vuelos nocturnos en Venezuela, en la punta del avión una nube con granizo del tamaño de pelotas de beisbol, hizo un hoyo, gracias a Dios no nos rompió los parabrisas”.
“En Santiago de Chile los inspectores nos decían: “por favor llévese esta cafetera de aquí”, así nos decían porque el avión tenía una enorme corrosión detrás del ala izquierda y había que cambiar la pieza, pero el español quería nada más un parche”.
Manuel Rodríguez Ocampo, el propietario de la compañía, se refería a Marco Aurelio como su “caballito de batalla”, porque sin importar la condición del avión, el piloto siempre hacía lo necesario para llegar a salvo. “Voy a mandar a mi caballito de batalla, él lo puede hacer todo”, decía el dueño de la compañía en tono sarcástico, sabiendo que ponía en riesgo la vida de más de un centenar de personas.
En las bitácoras de los pilotos no hay rastro de fallas o desperfectos en los vuelos, señalar algo así significaba el despido inmediato. Los pilotos se lo guardaban por necesidad y por miedo a las represalias, pero era el tema de conversación en los pasillos, era como contar la anécdota del día, la hazaña que tuvieron que improvisar para salvar la vida de más de 120 personas.
Marco Aurelio, quien voló varias veces el Boeing 737 accidentado, dice que ese avión era el más nuevo y el de mejores condiciones de toda la flotilla de Global Air. Los demás, cada día se hacían más inservibles y su destino final era desarmarlos para reutilizar las piezas; en la compañía jamás se compraban refacciones nuevas. Ese era el pan de cada día.
“Los mantenimientos del avión, del 1 al 10 estaban en un 7 por falta de piezas, aunque los mecánicos fueran los mejores no podían hacer mucho. Para conseguir piezas se iban a los deshuesaderos, el señor compraba aviones chatarras para quitarles piezas y con eso solventar el mantenimiento de los aviones”.
“Una vez despegué de Ciudad Juárez con sobrepeso y se me ponchó la llanta delantera izquierda, estaba próximo a subir la naricita del avión, ya no podía abortar el despegue, nos fuimos a Cancún y se despegó totalmente todo el hule, sólo quedó la cámara. Eran llantas renovadas, no eran nuevas. Una vez en Cancún tuvimos que correr a comprar una llanta. Todo el tiempo estuvimos volando fuera de lo permitido, la mayoría de las veces se vivían esas cosas”.
Luchar contra la aerolínea
Marco Aurelio Hernández Carmona, con 35 años de experiencia en aviación como capitán y copiloto, trabajó para la PGR volando avionetas para supervisar la quema de plantíos, trasladó presos a las Islas Marías y, finalmente, su carrera terminó con Global Air, la peor etapa en su carrera profesional, donde vivió jornadas extenuantes de trabajo y ni siquiera tenía seguro social; sólo contaba con un seguro de gastos médicos cuya vigencia era de tres meses, el tiempo que duraban las inspecciones, después de eso, nada.
Durante varias veces volaba de 7 de la mañana a 7 de la noche y por falta de pilotos, después de esa jornada de 12 horas sin descanso, aún debía hacer vuelos nocturnos.
En 2013 sufrió un derrame cerebral cuando estaba en un hotel de Ciudad Juárez. La razón, estrés máximo y trabajo en exceso. La aerolínea no se hizo cargo de él ni pagó la hospitalización, mucho menos medicamentos; lo más que hicieron por él, fue estabilizarlo con papeles de terceras personas en el Seguro Social y mandarlo de regreso en camión a la Ciudad de México. Marco Aurelio, el mejor piloto de la compañía, el “caballo de batalla”, viajó más de 16 horas inconsciente sin que alguien informara a su familia.
“Yo creo que el dueño de la aerolínea pensó que me iba a morir, entonces pues para qué hacer el esfuerzo, me dejaron en la central esperando que me muriera en el camino”.
Marco Aurelio llegó inconsciente y desubicado a la central de autobuses de la Ciudad de México, un equipo médico de la propia central avisó a su familia y pidió que lo recogieran en una ambulancia, pues su situación era crítica.
Global Air se negó a pagar gastos médicos y Marco Aurelio demandó a la compañía, reclamaba 800 mil pesos, 500 mil pesos por sueldos atrasados y 300 mil por gastos de recuperación. Cada abogado que contrataba la familia del piloto, era sobornado por la aerolínea, la cual les pagaba 150 mil pesos para atorar o abandonar el caso.
Parecía la lucha entre David y Goliat, pero el ex piloto lo consiguió, logró ganar la demanda, aunque sólo recibirá de Global Air 600 mil pesos. Sin embargo, el juez aún no dictamina una fecha para que se le pague ese dinero.
Romper el silencio
Con la tragedia del Boeing 737 de La Habana, Marco Aurelio decidió romper el silencio y lamenta no haberlo hecho antes, como tampoco lo han hecho los demás pilotos y trabajadores de la compañía. “No quiero que este señor siga matando personas”, dice.
Marco Aurelio detalla que el piloto fallecido en Cuba, Jorge Luis Núñez Santos, era un excelente piloto.
“Núñez era un muy buen piloto. Mi intuición me dice que tal vez fueron pájaros en la turbina, que eso es muy común en Cuba a la hora del despegue, o también pudo ser un paro de motor; éste pudo haberse parado por falta de mantenimiento o mal mantenimiento, tal vez se desconectó la varilla de aceleración de la turbina”.
El ex capitán dice que en Global Air arriesgó su vida y la de los pasajeros por 30 o 40 mil pesos al mes y que nunca valió la pena, a pesar de que siempre dio su mayor esfuerzo y puso toda su experiencia para que las cosas terminaran bien.
Él mismo y sus compañeros intentaron abandonar la compañía, pero nadie más los contrataba. Trabajar para Global Air era una mala reputación que les cerraba todas las puertas.
“La corrupción está detrás de todo esto; como todo, mordida y pasas los chequeos que se le han hecho a la compañía. El hangar que tienen en Celaya supuestamente tiene todos los papeles en regla, habrá que inspeccionar. Esto no lo hago por revancha, sino porque los compañeros ya no sigan trabajando en esas condiciones, a lo mejor los que todavía trabajan ahí se molesten por lo que digo, pero que bueno que paren la compañía, ojalá, por sus vidas y la vida de los pasajeros”.
“Seguro se molestarán por mis declaraciones, pero no me importa, ya estuvo bueno de que este señor se haga de dinero, esté matando personas inocentes, jugando con la vida”, comenta el ex piloto que no tiene miedo de sacar a la luz toda la suciedad y corrupción detrás de Global Air. Esta es su forma de salvar, una vez más, la vida de cientos de personas. El Universal.
Cuando Marco Aurelio, ex piloto de la empresa mexicana Global Air, vio en las noticias el accidente de la aeronave de Cubana de Aviación, el viernes pasado, soltó un grito desesperado. ¡Se los dije! ¡Les dije que un día pasaría una tragedia con esos aviones!, le gritaba a su familia, empapado en lágrimas por la muerte de más de 100 pasajeros, entre ellos varios menores, pero, sobre todo, por el fallecimiento del capitán Jorge Luis Núñez Santos y del copiloto Miguel Ángel Arreola Ramírez, con quienes voló en repetidas ocasiones.
Marco Aurelio Hernández Carmona sobrevivió a ocho años de riesgos constantes en Global Air, donde fue piloto con rango de capitán. De 2005 a 2013, voló sin combustible, con llantas ponchadas, sobrepeso, corrosiones, motores sobrecalentados, voló incluso sin radar y sin sistema eléctrico, todo por la falta de mantenimiento a los cuatro aviones que en ese entonces tenía la compañía mexicana, y que hace dos días se vio involucrada en la caída de uno de sus aviones: un Boeing 737 alquilado por Cubana de Aviación.
En 2013 interpuso una demanda ante Alejandro Argudín Le Roy, quien era director general de Aeronáutica Civil de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes, para denunciar el mal mantenimiento de los aviones y daños a su salud causados por estrés y jornadas extenuantes de trabajo en Global Air, una aerolínea que da servicios de vuelos chárter y renta sus aeronaves. A raíz de esa demanda, la dependencia federal inspeccionó el estado de las aeronaves, y al hallar irregularidades multó con un millón de dólares a la empresa, sin embargo ésta siguió operando.
Que pilotos y pasajeros se jugaban la vida cada día al abordar uno de estos aviones, era un secreto a voces. Los pasajeros llegaban a sus destinos molestos y asustados por las turbulencias constantes. Los pilotos, por su parte, bajaban del avión y les temblaban las rodillas, estremecidos por lo cerca que estuvieron de morir, asombrados de su capacidad para solucionar las cosas en el aire. Una adrenalina constante con la que vivían cada día.
Al dueño de la compañía, el empresario español Manuel Rodríguez Ocampo, poco o nada le importa mantener los aviones en buen estado, comenta Marco Aurelio en entrevista para EL UNIVERSAL Querétaro; las verificaciones oficiales y demás permisos necesarios los obtenía mediante la corrupción, porque ningún avión en esas condiciones es capaz de aprobar algo, comenta. “Desgraciadamente así es en México, sueltas una lana y te ponen palomita”.
“Los inspectores apuntaban otros balances, decían que volaba con 60 pasajeros cuando yo llevaba 120 personas, el peso máximo del avión era de 117 mil libras y nosotros despegamos con 125 mil libras, si llegaba a ocurrir un paro de motor, no salíamos de esa. Yo debía llevar menos pasaje o menos equipaje pero no era así. Yo siempre estaba firme en los controles pero cuando despegaba decía: ‘ay, Diosito gracias por ayudarme’”.
“Una vez volamos con el equipo Cruz Azul a bordo, de Paraguay a México, tuve falla del motor izquierdo, los motores ya no tenían aceite, tuvimos que aterrizar en Perú, ahí nos hicieron espacio para el avión. El avión se quedó dos meses ahí para que le cambiaran la turbina y los jugadores de Cruz Azul pagaron de su propio dinero el pasaje para volar de regreso a México”.
“En otra ocasión tuvimos que pedirle a una pasajera en Puerto Vallarta su tarjeta de crédito para cargar combustible, de ese tamaño estaban las cosas. Otra vez que nos quedamos sin sistema eléctrico, tuve que despegar y casi a ciegas volver a aterrizar, trajeron mecánicos y electricistas que determinaron que esa falla fue un sabotaje, cortaron líneas eléctricas porque el señor no les pagó el servicio a los electricistas y sabotearon el avión, pusieron en riesgo a todos”.
“Durante tres meses estuvimos volando sin radar vuelos nocturnos en Venezuela, en la punta del avión una nube con granizo del tamaño de pelotas de beisbol, hizo un hoyo, gracias a Dios no nos rompió los parabrisas”.
“En Santiago de Chile los inspectores nos decían: “por favor llévese esta cafetera de aquí”, así nos decían porque el avión tenía una enorme corrosión detrás del ala izquierda y había que cambiar la pieza, pero el español quería nada más un parche”.
Manuel Rodríguez Ocampo, el propietario de la compañía, se refería a Marco Aurelio como su “caballito de batalla”, porque sin importar la condición del avión, el piloto siempre hacía lo necesario para llegar a salvo. “Voy a mandar a mi caballito de batalla, él lo puede hacer todo”, decía el dueño de la compañía en tono sarcástico, sabiendo que ponía en riesgo la vida de más de un centenar de personas.
En las bitácoras de los pilotos no hay rastro de fallas o desperfectos en los vuelos, señalar algo así significaba el despido inmediato. Los pilotos se lo guardaban por necesidad y por miedo a las represalias, pero era el tema de conversación en los pasillos, era como contar la anécdota del día, la hazaña que tuvieron que improvisar para salvar la vida de más de 120 personas.
Marco Aurelio, quien voló varias veces el Boeing 737 accidentado, dice que ese avión era el más nuevo y el de mejores condiciones de toda la flotilla de Global Air. Los demás, cada día se hacían más inservibles y su destino final era desarmarlos para reutilizar las piezas; en la compañía jamás se compraban refacciones nuevas. Ese era el pan de cada día.
“Los mantenimientos del avión, del 1 al 10 estaban en un 7 por falta de piezas, aunque los mecánicos fueran los mejores no podían hacer mucho. Para conseguir piezas se iban a los deshuesaderos, el señor compraba aviones chatarras para quitarles piezas y con eso solventar el mantenimiento de los aviones”.
“Una vez despegué de Ciudad Juárez con sobrepeso y se me ponchó la llanta delantera izquierda, estaba próximo a subir la naricita del avión, ya no podía abortar el despegue, nos fuimos a Cancún y se despegó totalmente todo el hule, sólo quedó la cámara. Eran llantas renovadas, no eran nuevas. Una vez en Cancún tuvimos que correr a comprar una llanta. Todo el tiempo estuvimos volando fuera de lo permitido, la mayoría de las veces se vivían esas cosas”.
Luchar contra la aerolínea
Marco Aurelio Hernández Carmona, con 35 años de experiencia en aviación como capitán y copiloto, trabajó para la PGR volando avionetas para supervisar la quema de plantíos, trasladó presos a las Islas Marías y, finalmente, su carrera terminó con Global Air, la peor etapa en su carrera profesional, donde vivió jornadas extenuantes de trabajo y ni siquiera tenía seguro social; sólo contaba con un seguro de gastos médicos cuya vigencia era de tres meses, el tiempo que duraban las inspecciones, después de eso, nada.
Durante varias veces volaba de 7 de la mañana a 7 de la noche y por falta de pilotos, después de esa jornada de 12 horas sin descanso, aún debía hacer vuelos nocturnos.
En 2013 sufrió un derrame cerebral cuando estaba en un hotel de Ciudad Juárez. La razón, estrés máximo y trabajo en exceso. La aerolínea no se hizo cargo de él ni pagó la hospitalización, mucho menos medicamentos; lo más que hicieron por él, fue estabilizarlo con papeles de terceras personas en el Seguro Social y mandarlo de regreso en camión a la Ciudad de México. Marco Aurelio, el mejor piloto de la compañía, el “caballo de batalla”, viajó más de 16 horas inconsciente sin que alguien informara a su familia.
“Yo creo que el dueño de la aerolínea pensó que me iba a morir, entonces pues para qué hacer el esfuerzo, me dejaron en la central esperando que me muriera en el camino”.
Marco Aurelio llegó inconsciente y desubicado a la central de autobuses de la Ciudad de México, un equipo médico de la propia central avisó a su familia y pidió que lo recogieran en una ambulancia, pues su situación era crítica.
Global Air se negó a pagar gastos médicos y Marco Aurelio demandó a la compañía, reclamaba 800 mil pesos, 500 mil pesos por sueldos atrasados y 300 mil por gastos de recuperación. Cada abogado que contrataba la familia del piloto, era sobornado por la aerolínea, la cual les pagaba 150 mil pesos para atorar o abandonar el caso.
Parecía la lucha entre David y Goliat, pero el ex piloto lo consiguió, logró ganar la demanda, aunque sólo recibirá de Global Air 600 mil pesos. Sin embargo, el juez aún no dictamina una fecha para que se le pague ese dinero.
Romper el silencio
Con la tragedia del Boeing 737 de La Habana, Marco Aurelio decidió romper el silencio y lamenta no haberlo hecho antes, como tampoco lo han hecho los demás pilotos y trabajadores de la compañía. “No quiero que este señor siga matando personas”, dice.
Marco Aurelio detalla que el piloto fallecido en Cuba, Jorge Luis Núñez Santos, era un excelente piloto.
“Núñez era un muy buen piloto. Mi intuición me dice que tal vez fueron pájaros en la turbina, que eso es muy común en Cuba a la hora del despegue, o también pudo ser un paro de motor; éste pudo haberse parado por falta de mantenimiento o mal mantenimiento, tal vez se desconectó la varilla de aceleración de la turbina”.
El ex capitán dice que en Global Air arriesgó su vida y la de los pasajeros por 30 o 40 mil pesos al mes y que nunca valió la pena, a pesar de que siempre dio su mayor esfuerzo y puso toda su experiencia para que las cosas terminaran bien.
Él mismo y sus compañeros intentaron abandonar la compañía, pero nadie más los contrataba. Trabajar para Global Air era una mala reputación que les cerraba todas las puertas.
“La corrupción está detrás de todo esto; como todo, mordida y pasas los chequeos que se le han hecho a la compañía. El hangar que tienen en Celaya supuestamente tiene todos los papeles en regla, habrá que inspeccionar. Esto no lo hago por revancha, sino porque los compañeros ya no sigan trabajando en esas condiciones, a lo mejor los que todavía trabajan ahí se molesten por lo que digo, pero que bueno que paren la compañía, ojalá, por sus vidas y la vida de los pasajeros”.
“Seguro se molestarán por mis declaraciones, pero no me importa, ya estuvo bueno de que este señor se haga de dinero, esté matando personas inocentes, jugando con la vida”, comenta el ex piloto que no tiene miedo de sacar a la luz toda la suciedad y corrupción detrás de Global Air. Esta es su forma de salvar, una vez más, la vida de cientos de personas. El Universal.