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Cien cajas repletas de huesos humanos. Eso recibió el arqueólogo Guillermo de Anda de la Osteoteca del INAH. Y frente a esas cajas, una de las vacas sagradas de la osteología mexicana le preguntó: “¿Qué vas a hacer con esos huesos?, todo está dicho sobre ellos”.
Eso sucedió en 2004, cuando De Anda dejaba el buceo para ejercer la bioarqueología esquelética, su área de maestría. Entonces contó, armó y analizó los restos que con la dirección del arqueólogo Román Piña Chan fueron extraídos entre 1967 y 1968 del Cenote Sagrado de Chichén Itzá. “Pues, humildemente voy a ver qué encuentro”, le respondió a la experta.
Durante tres años trabajó con esas cajas, “primero fue el conteo, luego calcular el número mínimo de individuos a los que pertenecían, después tratar de armarlos; más adelante, investigar de qué habían muerto y cuál era su estado de salud al momento del deceso; si fueron mujeres, varones, infantes, adultos”, rememora el arqueólogo.
Por este meticuloso trabajo, De Anda Alanís recibió la mención honorífica de Antropología Física del Premio Javier Romero Molina en 2007. Además, aquella experta incrédula reconoció ampliamente sus descubrimientos con aquellas cajas.
Como éste, De Anda ha recibido muchos otros premios y reconocimientos. Por lo pronto, gracias a su investigación Culto al cenote recibió, en 2012, un nombramiento sin precedentes, al convertirse en el único arqueólogo subacuático mexicano, explorador de National Geographic Society.
Tiene 59 años de edad, de los cuales 37 los ha dedicado a bucear, primero profesionalmente y después como investigador de la Universidad Autónoma de Yucatán (UADY) y en los últimos tres años para el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH). Estudió Arqueología en la Escuela Nacional de Antropología e Historia y Ciencias antropológicas con especialidad en arqueología en la UADY; es bioarqueólogo por maestría y experto en Estudios Mesoamericanos por doctorado en la UNAM.
De Anda es instructor de buceo con certificación de cinco asociaciones internacionales, con más de 15 especialidades como la exploración de cuevas completas, en la que es el único mexicano buzo e instructor desde 1987. Ha explorado más de 350 cuevas y cenotes, algunas de ellas como parte de proyectos de arqueología subacuática en la Península de Yucatán como Chichén Itzá sumergido, Culto al Cenote y, actualmente, El gran acuífero maya (GAM).
También es capaz de soportar caminatas de dos horas o más en la espesura de la selva ardiente que literalmente exprime los cuerpos e inmediatamente después descender 25 metros a rapel a una cueva donde casi no hay oxígeno; puede ir y venir por estrechas entradas subacuáticas de 50 centímetros y, resistir con paciencia de monje zen las decenas de moscos que se alimentan adheridos a sus piernas, ahí donde terminan sus inseparables bermudas tipo safari. Además tolera, con buen talante, a los reporteros, siempre en aras de la divulgación científica.
De Anda habla seis idiomas y ha dictado conferencias en varios países, también imparte clases y es autor de dos libros: Rituales de muerte en el Cenote Sagrado de Chichén Itzá y Viaje a las venas del Gran Acuífero Maya, aún en prensa.
A propósito de libros, fue Veinte mil leguas de viaje submarino de Julio Verne y los primeros programas de tv del Capitán Cousteau los que lo introdujeron a este mundo fantástico. Pero Viaje al centro de la tierra es la novela que lo volvió loco. Hoy curiosamente este hombre es una versión del erudito alemán, protagonista de la novela: el tío Otto Linderbruck, aunque sin su amargo carácter.
Y si Linderbruck contaba con la guía del impasible islandés llamado Hans, De Anda se deja guiar por el inmutable alemán Robert Smither, el explorador en jefe de la aventura del GAM, quien llegó hace 20 años a México y renunció a su trabajo como leñador en los bosques germanos porque ya no pudo dejar Yucatán.
A la fama
La investigación que catapultó a De Anda a la fama fue Culto al cenote, de 2016, cuyo objetivo era entender las actividades de los cultos en este sitio, durante el siglo XVI y comprobar la veracidad de fuentes históricas coloniales, especialmente las que se encuentran en el Archivo General de Indias de Sevilla, enviadas por Diego de Landa a Felipe II, como una evidencia de su trabajo en el proceso de conversión de los indios, ante los problemas que enfrentaba para terminar la evangelización.
De Anda buscó la evidencia material de esos sacrificios, los encontró en el Cenote sagrado de Chichén Itzá y en 7 más, al hallar una gran cantidad de huesos, algunos de ellos de infantes, menores de 12 años de edad, “lo cual es un fuerte indicio de la continuidad de la práctica del sacrificio a lo largo de varios siglos”, explica el investigador.
Al revisar las cuevas y cenotes reportados en las crónicas también descubrió vestigios de rituales en forma de modificaciones arquitectónicas de las cavernas, como muros y pasadizos que inevitablemente terminan en un cuerpo de agua; es decir, todo un proceso ritual que no había sido documentado y que dio paso a la vertiente de “En busca de las aguas sagradas” de la investigación El Gran Acuífero Maya, su actual investigación.
Dirigiendo el GAM
Fue a los 13 años de edad cuando este hombre tomó un equipo en el mar. Al tiempo se convirtió en buzo profesional y más tarde en uno de los pocos arqueólogos subacuáticos, pues a pesar del potencial que existe en nuestro país (de más de 6 mil cenotes, tan solo en Yucatán), arqueólogos de este tipo, profesionales, no hay más de 10 y, en la historia de la arqueología mexicana, no ha habido más de 15.
Hoy De Anda Alanís dirige, desde 2016, el que sin duda es el proyecto más ambicioso en este ramo: El Gran Acuífero Maya (GAM), para “conocer a fondo este acuífero o agua subterránea: su morfología, su hidrología, su biología, su relación con el medio ambiente. Con él participa un ejército de casi 30 especialistas: arqueólogos, biólogos, geólogos, astrónomos, hidrólogos, comunicólogos y hasta especialistas en turismo.
Para documentar su incursión en este universo, echa mano de tecnología de punta, a cargo de National Geographic Society, para digitalizar una base de datos que ya cuenta con información de 50 cenotes analizados.
Su forma de trabajo resulta simplemente fascinante. Alrededor de medio día, de cualquier jornada de trabajo, detrás del explorador Smither avanza De Anda, abren senda y caminan como quien aprovecha una tarde veraniega para llevar de paseo a un grupo de reporteros por la selva. Después de interminables kilómetros de camino llegan, estos últimos sin aliento, a la boca de una cueva; llevan los labios secos, los brazos estampados de piquetes de moscos.
Sin que los visitantes puedan aún emitir palabra alguna, Smither conduce al interior de la cueva, cada paso adelante más oscura, ahí se conservan vestigios como una vasija de cerámica y lo que parece un sahumador antiguo. Adelante está un altar casi intacto, pero antes de llegar a él extiende un cenote de agua tan cristalina que semeja un espejismo.
Una sensación inefable se apodera de cada uno de los convidados a esta magia: se comprende el ahínco de los hombres antiguos por llegar hasta aquí.
La Magia
“Estamos ante un fenómeno único e irrepetible en la arqueología, conjunta hallazgo de restos paleontológicos, fauna extinta y humanos tempranos. Además está presente la civilización maya, tanto de manera subacuática como en superficie con sus grandes ciudades, a ello agreguémosle millones de litros cúbicos de agua dulce. Esta es la última frontera de la exploración arqueológica”, dice De Anda mientras avanza hacia el fondo de la cueva. Sipse