“El 5 de marzo de 2016, Nikolaus Harnoncourt falleció serenamente rodeado de su familia. La pena y el agradecimiento son grandes. Ha sido una relación maravillosa”, señaló su viuda Alice en una nota difundida ayer.
Thomas Angyan, director del Musikverein de Viena, del que el maestro Harnoncourt era integrante de honor, expresó la consternación del mundo de la música por el deceso. “Una era ha llegado a su fin”, lamentó.
“Nunca habría esperado que entre su retirada del mundo de los conciertos y su fallecimiento hubiera un período tan corto”, le declaró a la agencia APA.
“Mis fuerzas físicas me obligan a cancelar todos mis planes futuros”, justificó Harnoncourt su retirada de la vida profesional a finales del año pasado.
El músico había nacido en Berlín en 1929, pero pasó su infancia en la ciudad austríaca de Graz. Fue violonchelista de la Sinfónica de Viena y profesor de Interpretación en el Mozarteum de Salzburgo. En el mundo de la ópera su éxito comenzó en Zúrich, y en la música clásica, en Ámsterdam.
Brillante director
Como director, tanto en el escenario operístico como en el terreno de los conciertos, el maestro Harnoncourt trabajó con los principales solistas y orquestas europeas.
Su trabajo discográfico abarca óperas, oratorios y obras sinfónicas de los siglos XVIII y XIX. Además, dirigió dos veces, en 2001 y 2003, a la Filarmónica de Viena en el Concierto de Año Nuevo.
En Austria es considerado el decano de la música antigua y sus interpretaciones y teorías continúan generando divisiones entre sus fervorosos seguidores y quienes las rechazan de forma contundente. Con su exigencia de usar instrumentos originales y estudiar las partituras históricas revolucionó el arte de la interpretación. Incansablemente buscó comprender y desvelar lo que el compositor realmente quería decir con su trabajo, lo que le llevó a ofrecer ejecuciones innovadoras y sorprendentes.
Fue el primero que abordó la grabación de las obras de Johann Sebastian Bach en su forma primitiva.
De un vistazo
Belleza
En su trabajo Nikolaus Harnoncourt fue fiel a su convencimiento de que “la meta no es la belleza del sonido, sino la transmisión de determinadas cualidades de expresión”.
