Noticias de Yucatán. Noticias de Hoy
Científicos del sistema de salud de la Universidad de Connecticut dieron un paso importante hacia el desarrollo de una vacuna contra la sífilis, enfermedad de transmisión sexual que según todos los indicios está de regreso en todo el mundo.
Aunque en general se trata de una condición tratable, la sífilis sigue siendo un potencial problema serio de salud. En el mundo es la segunda causa principal de muerte fetal y aborto involuntario. Si el paciente no se atiende, puede llegar a causar embolias, demencia y otros males neurológicos.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) dice que en 2012 había en el mundo cerca de 10.7 millones de personas entre 14 y 49 años con sífilis, y que cada año contraen la enfermedad 5.6 millones. En México, el boletín epidemiológico de la Secretaría de Salud registró en 2017 cuatro mil 541 nuevos casos de sífilis adquirida (no heredada).
Las agencias de salud en todo el mundo han combatido a este condición tratando a los pacientes con antibióticos, pero es una estrategia laboriosa: para cada paciente atendido hay que buscar a sus parejas sexuales recientes, y luego repetir el proceso hasta llegar a todos los pudieron haber estado expuestos a la bacteria que la causa, la espiroqueta Treponema pallidum. Pero no todos están dispuestos a revelar esta información, y su diagnóstico es además muy complicado.
Juan C. Salazar, médico en jefe del Centro Médico Infantil de Connecticut, dice al respecto que esta enfermedad “es la gran imitadora”. Además de que puede durar muchos años sin presentar síntomas, cuando éstos aparecen pueden confundirse con muchas otras condiciones.
También es difícil de estudiar porque el microbio que la causa es delicado. La bacteria T. pallidum no puede cultivarse in vitro ni en ratones. Infecta a las personas, y el otro animal de laboratorio que puede ser infectado por ella, el conejo, se deshace muy pronto de la infección.
Además, otras bacterias son robustas, y soportan toda clase de manejos en el laboratorio, pero la que causa la sífilis tiende a perder su membrana y lo único que ven los investigadores es una “sopa” de proteínas, pero no pueden identificar cuáles de ellas provienen del interior y cuáles están en la membrana.
El comunicado de la Universidad de Connecticut explica que esto último es frustrante porque lo que siempre se busca son las proteínas exteriores: nuestras defensas, el sistema inmunitario, responde a los invasores bacterianos “leyendo” las proteínas que hay en sus membranas. Ah, y también las vacunas actúan en general identificando esas proteínas para poder actuar contra los invasores.
Desde 1905 se identificó a la espiroqueta causante de la sífilis, o sea que por más de un siglo los científicos han tratado, sin éxito, de identificar las proteínas de su “cáscara”. Y no habían podido. En 1998, hace 20 años, se secuenció el genoma de T. pallidum y se empezaron a estudiar sus genes: los investigadores querían hallar secuencias que codificaran proteínas parecidas a las de otras bacterias. Pero las espiroquetas son complicadas.
Lo que sí les dio una esperanza a los investigadores es que el genoma de T. pallidum resultó ser relativamente pequeño, con solo unos mil genes. Esto posibilitó la pesquisa a equipos pequeños.
Justin Radolf y Melissa Caimano, microbiólogos de la Universidad de Connecticut, pudieron examinar especímenes de la bacteria recolectados en Colombia, en los Estados Unidos y hasta en la República Checa. Y pronto pudieron confirmar una gran consistencia en los genomas, algo que parecería obvio: la bacteria tiene un código genético tan pequeño que todos sus genes deben ser esenciales. ¿Qué genes tendrían que ser distintos, es decir, qué genes deberían cambiar? Solo los necesarios.
Radolf lo explica así: “Están mutando para evitar el sistema inmune”. Y esto significa que dichos genes mutantes codificarían proteínas de la membrana exterior, justo lo que querían los microbiólogos.
Así que una vez identificados esos genes, los científicos los recorrieron paso a paso para resolver cómo estaban formadas las proteínas fabricadas por esos genes. Las simulaciones por computadora permitieron ver qué forma adoptarían esas proteínas al plegarse según su composición… y ¡Bingo! Radolf y Caimano descubrieron que muchas de esas proteínas adoptaban la forma de barril que en muchas bacterias identifican a las proteínas de sus membranas exteriores.
El paso siguiente fue fabricar esas proteínas en la vida real, y los hechos demostraron que sí, sí se plegaban correctamente. Ya con esto constatado, los científicos se fueron al lado contrario: fabricaron anticuerpos que en teoría debían “pegarse” a esas proteínas, y los probaron en bacterias intactas de Treponema pallidus. ¡Bingo de nuevo! Los anticuerpos sí se adherían a los exteriores de las bacterias, claro indicio de que esas proteínas sí existían en sus membranas.
Pero tenían un problema: identificaron esas proteínas a partir de los genes mutantes, los que sí cambian, y como bien saben todos los que se vacunan año con año contra la gripe, no es la mejor estrategia hacer una vacuna contra proteínas que cambian y cambian y cambian. Al contrario, lo que se desea es encontrar proteínas tan inmutables como se pueda.
Así que Radolf y Caimano volvieron al breve genoma de la espiroqueta, descartaron los genes mutantes y buscaron otros genes que fabricaran proteínas de membrana, pero proteínas estables. Lo que querían, dijo Caimano, era “la mejor candidata para una vacuna de entre las proteínas de la membrana externa, la proteína que varíe menos”.
Lo que acaban de reportar los científicos en la revista mBio es precisamente el hallazgo de dichas proteínas. Como ya tienen su secuencia, lo que sigue es fabricar en el laboratorio anticuerpos para ellas, derivar de ahí vacunas y probarlas en conejos. Salvo problemas inesperados, parece despejada la ruta para que en un plazo razonable se disponga de una vacuna que evite en personas la infección por esta espiroqueta.
Fuente: Milenio
Científicos del sistema de salud de la Universidad de Connecticut dieron un paso importante hacia el desarrollo de una vacuna contra la sífilis, enfermedad de transmisión sexual que según todos los indicios está de regreso en todo el mundo.
Aunque en general se trata de una condición tratable, la sífilis sigue siendo un potencial problema serio de salud. En el mundo es la segunda causa principal de muerte fetal y aborto involuntario. Si el paciente no se atiende, puede llegar a causar embolias, demencia y otros males neurológicos.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) dice que en 2012 había en el mundo cerca de 10.7 millones de personas entre 14 y 49 años con sífilis, y que cada año contraen la enfermedad 5.6 millones. En México, el boletín epidemiológico de la Secretaría de Salud registró en 2017 cuatro mil 541 nuevos casos de sífilis adquirida (no heredada).
Las agencias de salud en todo el mundo han combatido a este condición tratando a los pacientes con antibióticos, pero es una estrategia laboriosa: para cada paciente atendido hay que buscar a sus parejas sexuales recientes, y luego repetir el proceso hasta llegar a todos los pudieron haber estado expuestos a la bacteria que la causa, la espiroqueta Treponema pallidum. Pero no todos están dispuestos a revelar esta información, y su diagnóstico es además muy complicado.
Juan C. Salazar, médico en jefe del Centro Médico Infantil de Connecticut, dice al respecto que esta enfermedad “es la gran imitadora”. Además de que puede durar muchos años sin presentar síntomas, cuando éstos aparecen pueden confundirse con muchas otras condiciones.
También es difícil de estudiar porque el microbio que la causa es delicado. La bacteria T. pallidum no puede cultivarse in vitro ni en ratones. Infecta a las personas, y el otro animal de laboratorio que puede ser infectado por ella, el conejo, se deshace muy pronto de la infección.
Además, otras bacterias son robustas, y soportan toda clase de manejos en el laboratorio, pero la que causa la sífilis tiende a perder su membrana y lo único que ven los investigadores es una “sopa” de proteínas, pero no pueden identificar cuáles de ellas provienen del interior y cuáles están en la membrana.
El comunicado de la Universidad de Connecticut explica que esto último es frustrante porque lo que siempre se busca son las proteínas exteriores: nuestras defensas, el sistema inmunitario, responde a los invasores bacterianos “leyendo” las proteínas que hay en sus membranas. Ah, y también las vacunas actúan en general identificando esas proteínas para poder actuar contra los invasores.
Desde 1905 se identificó a la espiroqueta causante de la sífilis, o sea que por más de un siglo los científicos han tratado, sin éxito, de identificar las proteínas de su “cáscara”. Y no habían podido. En 1998, hace 20 años, se secuenció el genoma de T. pallidum y se empezaron a estudiar sus genes: los investigadores querían hallar secuencias que codificaran proteínas parecidas a las de otras bacterias. Pero las espiroquetas son complicadas.
Lo que sí les dio una esperanza a los investigadores es que el genoma de T. pallidum resultó ser relativamente pequeño, con solo unos mil genes. Esto posibilitó la pesquisa a equipos pequeños.
Justin Radolf y Melissa Caimano, microbiólogos de la Universidad de Connecticut, pudieron examinar especímenes de la bacteria recolectados en Colombia, en los Estados Unidos y hasta en la República Checa. Y pronto pudieron confirmar una gran consistencia en los genomas, algo que parecería obvio: la bacteria tiene un código genético tan pequeño que todos sus genes deben ser esenciales. ¿Qué genes tendrían que ser distintos, es decir, qué genes deberían cambiar? Solo los necesarios.
Radolf lo explica así: “Están mutando para evitar el sistema inmune”. Y esto significa que dichos genes mutantes codificarían proteínas de la membrana exterior, justo lo que querían los microbiólogos.
Así que una vez identificados esos genes, los científicos los recorrieron paso a paso para resolver cómo estaban formadas las proteínas fabricadas por esos genes. Las simulaciones por computadora permitieron ver qué forma adoptarían esas proteínas al plegarse según su composición… y ¡Bingo! Radolf y Caimano descubrieron que muchas de esas proteínas adoptaban la forma de barril que en muchas bacterias identifican a las proteínas de sus membranas exteriores.
El paso siguiente fue fabricar esas proteínas en la vida real, y los hechos demostraron que sí, sí se plegaban correctamente. Ya con esto constatado, los científicos se fueron al lado contrario: fabricaron anticuerpos que en teoría debían “pegarse” a esas proteínas, y los probaron en bacterias intactas de Treponema pallidus. ¡Bingo de nuevo! Los anticuerpos sí se adherían a los exteriores de las bacterias, claro indicio de que esas proteínas sí existían en sus membranas.
Pero tenían un problema: identificaron esas proteínas a partir de los genes mutantes, los que sí cambian, y como bien saben todos los que se vacunan año con año contra la gripe, no es la mejor estrategia hacer una vacuna contra proteínas que cambian y cambian y cambian. Al contrario, lo que se desea es encontrar proteínas tan inmutables como se pueda.
Así que Radolf y Caimano volvieron al breve genoma de la espiroqueta, descartaron los genes mutantes y buscaron otros genes que fabricaran proteínas de membrana, pero proteínas estables. Lo que querían, dijo Caimano, era “la mejor candidata para una vacuna de entre las proteínas de la membrana externa, la proteína que varíe menos”.
Lo que acaban de reportar los científicos en la revista mBio es precisamente el hallazgo de dichas proteínas. Como ya tienen su secuencia, lo que sigue es fabricar en el laboratorio anticuerpos para ellas, derivar de ahí vacunas y probarlas en conejos. Salvo problemas inesperados, parece despejada la ruta para que en un plazo razonable se disponga de una vacuna que evite en personas la infección por esta espiroqueta.
Fuente: Milenio