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Gabriela Méndez, a sus 47 años de edad, tiene segura una cosa: tendrá que trabajar hasta los últimos días de su vida para poder subsistir.
Si su situación se mantiene como está actualmente, poco habrán valido su licenciatura, su maestría, su estancia en el extranjero, su doctorado y todo el gusto y el empeño por hacer investigación. Con todo ese currículum tiene un sueldo quincenal de mil 264 pesos, lo que le generará una pensión de 300 pesos por mes.
Un estudio de la Unidad Académica en Estudios del Desarrollo de la Universidad Autónoma de Zacatecas (UAZ), mientras el salario mínimo ha perdido casi 4 por ciento de su poder adquisitivo en la presente administración, el salario promedio, empujado por las abruptas caídas en salarios de trabajadores con posgrado, universidad y preparatoria, lo ha hecho en 14.4 por ciento.
En entrevista con SinEmbargo, la doctora Gabriela criticó que el Estado esté desperdiciando dinero en formar personas que luego no podrá emplear y tampoco podrá ofrecerles un salario adecuado.
De los 746 mil nuevos empleos creados en 2017, 272 mil corresponden a plazas con ingresos de hasta tres salarios mínimos, mientras que 363 mil se perdieron en los segmentos de mayores ingresos, de acuerdo con los resultados de la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE) difundida esta semana por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi).
Para Gabriela, la fórmula de estudiar para asegurar un trabajo y un buen salario, es “una falsedad” en el México actual. Del año 2000 a la fecha, la tendencia de contratar personas con estudios de los niveles medio superior y superior disminuyó. Mientras que antes representaban el 30 por ciento de la Población Económicamente Activa (PEA) desocupada, en 2017 se ubicó en 47 por ciento.
“Inicié mi licenciatura la inicié en 1991 en Estudios Latinoamericanos en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Hice la maestría en Estudios Políticos y Sociales en la Facultad de Ciencias Políticas y luego una estancia de investigación en España, por un año. Luego el doctorado, en lo mismo”, cuenta.
Fueron 10 años y medio de preparación académica. Todos los grados los sacó con mención honorífica.
Tuvo becas, a su primer hijo y trabajó en el Tribunal Electoral, pero tras la llegada de un nuevo Magistrado, le pidieron la renuncia a pesar de que había ganado la plaza por concurso de oposición. El argumento fue “ya llegó un nuevo jefe”.
LA EDAD YA IMPORTA
Gabriela explica que en su búsqueda de una plaza académica, se ha encontrado con que todos los programas de renovación académica que tiene la UNAM, la edad es muy importante, también para hacer las estancias postdoctorales.
Conacyt tiene también límite de edad para las cátedras Conacyt y ella ya no entra, tampoco al programa de renovación de la Universidad.
“No hay forma de que nos integremos. Yo tengo 12 años y no hay programas para nosotros. No podemos entrar al plan de renovación académica por nuestra edad. A las cátedras Conacyt, ya no entras con 43 años, en la UNAM hay un límite para mujeres de 40 años, yo ya no entro”, agrega.
Para ella, un problema que esta situación ha generado es que el problema se ha polarizado. Los jóvenes ven en los grandes, personas que hasta ahorita quieren entrar a trabajar y quitan espacios y los grandes los ven a ellos como personas sin experiencia.
Sin embargo, considera que es grave esa confusión porque lo que buscan es hacerlos pelear, cuando lo que está de por medio es el derecho de todos a un trabajo y a tener algo de lo que podamos sobrevivir.
Los jóvenes tienen derecho a iniciarse en la investigación y en la docencia en la Universidad con sus conocimientos y nosotros también con nuestro conocimiento acumulado, dice.
“Todos debemos tener oportunidades. El Estado quiere que este sea un problema personal bajo la idea de que ‘tú no has sido exitoso en tu vida y llegas a una edad en la que no tienes nada’ o un ‘no tienes experiencia’. Nos quieren confrontar con estas ideas y es un planteamiento equivocado, se trata más bien de un problema estructural del país y en particular de las universidades porque al sector educativo no le han dado la importancia”, agrega.
LOS SALARIOS Y LAS OPORTUNIDADES
Gabriela imparte dos materias [Teoría Política Contemporánea e Historia de México]. Cuando sólo da una, gana 542 pesos, más los estímulos; siempre hay alguno, de ayuda de despensa o de apoyo extraordinario. En una quincena, con dos materias, gana mil 264 pesos. Con los apoyos, su cheque llega de poco más de 2 mil pesos a la quincena.
Detalla que el salario no corresponde a la actividad que desempeña, que requiere de invertir tiempo en preparar clases más dinero que se gasta en libros, ya que no siempre imparte las mismas asignaturas ya además, hay que actualizarse.
Entró al Sistema Nacional de Investigadores (SNI) en 2017. Ahí le piden como requisitos la publicación de un libro, de artículos en revistas, que dirija tesis de posgrados y que de cursos.
“Tiempo no tengo mucho: por las mañanas estudio, preparo mis clases y atiendo también mi hogar, mi esposo se va a trabajar todo el día. Esa es mi rutina porque evidentemente yo no vivo de la Universidad, en cierto sentido la estoy subsidiando”, señala.
Lo que implica estar en el SNI es tener una obra publicada de investigación y se hace la investigación para determinar que estás capacitado para realizar investigación. En su caso le piden la consolidación de su línea de investigación, que es una cuestión de los temas político-electorales y la democracia.
El SNI otorga el estatus de que se tiene la capacidad y la cualidad para ser investigador. Es el reconocimiento del Estado por tu producción científica.
Sin embargo, Gabriela no recibe el dinero porque no puede demostrar que está haciendo 20 horas de investigación. Luego del doctorado no ha conseguido ningún empleo, sólo esas dos clases en la UNAM, que tiene desde hace 12 años.
Las consiguió cuando en la maestría preguntó si había un espacio para dar clases y le dijeron que no. Un mes y medio después se enfermó una maestra y se las ofrecieron.
En su búsqueda por acceder a una estancia postdoctoral, que en teoría es un puente entre Conacyt y las universidades para que los investigadores puedan aspirar a ser contratados,
solicitó en la Universidad de Morelos, pero quienes hicieron su solicitud la hicieron mal y cuando pidió la razón del rechazo le dijeron ni siquiera habían evaluado su candidatura; eso fue responsabilidad de Conacyt.
“La Universidad de Morelos, cuando yo los contacté, me dijeron que no tenían personal, que estaban muy saturados de trabajo y que no había investigadores ni profesores. Me dijeron que había ido gente al postdoctorado y hay ocasiones en que no se enteran. Ahora están intentando mejorar los posgrados en el área de Ciencias Sociales, pero que no se dan abasto porque no pueden dirigir todas las tesis que hay, ni siquiera se dan abasto para impartir clases”, comenta.
Eso, dice, es una prueba de que Conacyt no está en contacto con las universidades, porque mientras te piden más investigación, las universidades necesitan docentes apoyando la dirección de tesis.
Ahora su preocupación es iniciar un postdoctorado a sus 47 años, bajo la idea de que será muy difícil encontrar un trabajo a esa edad, “además de los topes, hay una ley no escrita en la que sí hay rechazo, sé de casos en los que quienes dictaminan la entrada a los posgrados discriminan por el factor edad, porque “¿qué va a hacer cuando lo termine?”. Son prejuicios. Personas de otros países se sorprenden que los investigadores en México nos preocupemos mucho por la edad”.
“Quiero hacer mi postdoctorado, pero en la Universidad de Morelos hay problemas económicos y políticos. Necesitan muchas plazas, en diciembre les retuvieron los salarios, la mayor parte del dinero es federal y Graco Ramírez lo detiene. La circunstancia de las universidades locales es complicada; están marcadas por los grupos de poder político y tienen una gran influencia en toda la conformación de los cuerpos académicos. Eso termina por cerrar oportunidades. Si llegas a tomar la decisión de cambiar de lugar de residencia, te topas con eso”, agrega.
Incluso Gabriela y su esposo han contemplado la opción de separarse. Él es editor y no puede irse porque casi todo el trabajo de la edición se concentra en la Ciudad de México. Por eso, un empleo en Morelos es una opción, por la cercanía.
“Yo estudié todo esto porque me gusta lo que hago, lo disfruto. Obviamente aspiraba a una buena condición económica, algo que todos pensamos, que el estudio te lo da, pero hoy es una falsedad. Pasa en el mundo, pero es más valido en un país como este. El ascenso social era parte de, pero es una completa ilusión. Quería ser más competitiva”, comenta.
El tema de la edad está tan presente que la vejez preocupa, para Gabriela es un hecho que tendrá que trabajar hasta los últimos días de mi vida, para no depender de sus hijos. Según Metlife, tendrá 300 pesos mensuales de pensión, porque no ha cotizado casi nada.
Gabriela concluye su relato con una característica que define al grupo de personas con alto nivel educativo: “lo que queremos es trabajar, generar conocimiento, hacer investigación. Se trata de un problema estructural. El Estado invierte en las personas un dinero que se va a la basura, es un financiamiento que se desperdicia, es un sistema que invierte para después sumir en el desempleo. El Estado y Conacyt forma recursos y los desperdicia”.
Sin Embargo