Ecatepec no es la Ciudad de México. Allí la vida no se planifica a quince días, y mucho menos a un mes. “Vivir al día” es el lema de muchos de sus habitantes, como María Teresa, una trabajadora de la limpieza para quien la cuarentena de dos meses no es una opción.
“Ahí lo sobrellevamos. Yo sigo trabajando y mi marido también mientras mis hijos están en casa. Somos gente que vivimos al día, entonces tenemos que trabajar”, explicó a la agencia Efe esta vecina de la segunda ciudad más poblada de México, que colinda con la capital del país.
María Teresa es perfectamente consciente de los riesgos de la pandemia de COVID-19, que lleva 7.497 casos confirmados y 650 muertos en el país, por lo que intenta no desviarse de la ruta que hace caminando entre su casa y el trabajo.
Pero su esposo, pintor industrial, no corre la misma suerte. Él forma parte de los 2,5 millones de personas que siguen apretujándose a diario en el Metro capitalino para trasladarse a trabajar pese a la pandemia, muchos de ellos provenientes de municipios colindantes de la Ciudad de México, como Ecatepec.
En estas localidades son muchos los que escuchan con impotencia el sermón de “Quédate en casa” que cada día repite en televisión el subsecretario de Salud, Hugo López-Gatell.
Aunque el Gobierno ha ordenado el cierre de los negocios no esenciales y ha pedido a la gente que se quede en casa, más de 50 millones de mexicanos pobres no se lo pueden permitir.
Pero tampoco falta quien hace oídos sordos y sale a la calle por ocio. "El parque ya lo cerraron porque no entendía la gente, había gente los fines de semana", explica María Teresa.
Aunque Ecatepec forma parte de la misma mancha urbana que la Ciudad de México, una área metropolitana que engloba a 20 millones de personas, aquí no hay rascacielos de grandes multinacionales que se pueden permitir mandar a sus trabajadores a casa.
Mario Álvarez regenta una pequeña fábrica de bolsas de basura. Ninguna autoridad le ha comunicado si su negocio es considerado esencial o no, pero la empresa sigue operando con sus 20 empleados trabajando.
“La gente tiene mucho miedo a perder su empleo, se podrían quedar en casa pero te quedas sin comer, prefieren mejor estar trabajando”, comenta sobre la situación del municipio.
Esta semana, las autoridades locales clausuraron un gimnasio y una escuela de baile. No son esenciales. Pero en las principales calles comerciales, todavía quedan algunas tiendas de ropa abiertas que, junto con las de alimentación, acucian una bajada de clientela.
“Nos ha afectado, ahora no hay casi clientes, ha bajado mucho. Pero estamos al día y no puedo cerrar”, asegura Bartolo, un pastelero que se encarga de que la gente pueda celebrar su cumpleaños con una tarta pese al confinamiento.
Para muchos habitantes de este municipio enclavado en un cerro y conectado por un emblemático teleférico, el salir a trabajar ya no garantiza ni tan siquiera vivir al día.
El cierre de escuelas y el confinamiento de parte de la población ha afectado mucho a Juan Carlos, un conductor de una humilde mototaxi cuyos ingresos se han desplomado un 70 %. Ni la caída histórica del precio de la gasolina sirve de consuelo.
“Que haya bajado la gasolina no tiene nada que ver con el trabajo. Finalmente, haya o no haya, tenemos que pagar el combustible. (...) Mi familia tiene que comer con o sin enfermedad”, explica abatido.
El Estado de México, región que concentra buena parte de los municipios de la periferia capitalina, registra casi 800 casos confirmados de COVID-19 y 52 fallecidos.
Conscientes de que la situación puede agravarse a raíz de las condiciones de pobreza de la zona, las autoridades estatales recomendaron llevar cubrebocas durante la pandemia. Pero ver una mascarilla en Ecatepec es como encontrar una aguja en un pajar.
Édgar vende pollos en un local improvisado con una mesa de plástico dentro de un estacionamiento. Cuenta que su jefe todavía no ha podido comprar cubrebocas ni gel antibacterial.
Familiares que trabajan en un hospital le hablaron del virus, por lo que Édgar estuvo a punto de adquirir su propia mascarilla, pero hubo algo que lo echó para atrás: “La gente al verme van a pensar ‘mejor le compramos a otro’. Veo a la gente con demasiado temor”, relata.
Pocos oficios permiten captar el sentir de una sociedad como los pequeños comerciantes. En estos días, vendedores de Ecatepec han escuchado de todo, desde gente que desconoce que existe el virus, a quien cree que es una invención política o incluso resultado de la guerra fría.
Mientras tanto, Macrina pasea imperturbable por la calle tras haber hecho la compra sin cubrebocas. “No tengo miedo porque ya soy de la tercera edad y digo ya. Aquí ando sin temor a nada porque tengo fe en Dios”, sentencia categóricamente esta mujer, que lleva toda la vida saltando de trabajo en trabajo para ganarse el pan.
A pocos metros, en la puerta de una parroquia, un cartel anuncia: “Recuerda seguir orando, es tiempo de confiar en Dios”. La fe como recurso para quienes la cuarentena no es un opción.
Con información de EFE